Para hablar de la radio tengo que remitirme obligatoriamente a los años de mi adolescencia, ya que mi alejamiento de este medio de comunicación desde esos lejanos años, corre parejo con el acercamiento a la prensa escrita y a la televisión.
Sin embargo, este alejamiento no ha logrado borrar el entrañable recuerdo de una radio escasa en medios pero rica en creatividad.
Las principales emisoras españolas contaban con su propio cuadro de actores que daban vida por igual a radionovelas surgidas de la mente de guionistas como Guillermo Sautier Casaseca, con títulos como “Ama Rosa” o, en el extremo opuesto, a obras de Shakespeare o Ibsen. Entre esa pléyade de actores todoterreno, acuden a mi memoria nombres como el de Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa o Juana Ginzo.
Importantes fueron en aquellos tiempos programas de corte solidario como “Ustedes son formidables”, conducido magistralmente por Alberto Oliveras u Operación Plus Ultra, destinado a homenajear a niños que habían destacado por algún hecho heroico o solidario.
Programas de variedades como “Cabalgata fin de Semana” presentada por Bobby Deglané o el espacio de Pepe Iglesias “El Zorro”, capaz de dar vida con su versatilidad vocal, a múltiples personajes con un considerable sentido del humor.
Aunque mi intención es referirme a un programa concreto de la emisora EAJ-24 Radio Córdoba, absorbida desde hace mucho tiempo por la SER. Un programa que seguramente no pasará a la Historia de la Radio, pero que fue entrañable para muchos cordobeses. Se trataba de una subasta radiofónica que duraba varios días de las cosas más variopintas del mundo. Todo valía. Desde unas entradas para cualquier espectáculo, hasta una obra de arte, o la puja porque cantara algún popular personaje de la vida cordobesa.
Fue su impulsor un personaje singular, irrepetible, tremendamente humano. El importe de esas subastas iba íntegro a los fines perseguidos por él. Sirva mi entrada para rendir un pequeño homenaje a su extraordinaria labor.
Bonifacio Bonillo, religioso de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, llegó a Córdoba en 1935 para ayudar a sus Hermanos en el proyecto de crear un Hogar y Clínica en el que socorrer y asistir a un segmento marginado de población, niños sin recursos que padecían secuelas poliomielíticas, malformaciones congénitas o adquiridas, osteomielíticos, y niños afectados por parálisis diversas. Fue el embrión de lo que hoy es una magnífica realidad, el Hospital de San Juan de Dios.
Ejerció de limosnero hasta el mismo momento de su fallecimiento en 1978 con tanto ahinco y acierto, que su extraordinaria labor fue reconocida por todos los cordobeses sin excepción, habiéndole sido otorgada la Cruz de Beneficencia por su entrega sin límites. Podríamos haber de él con propiedad, gracias a esta distinción, como de Excelentísimo limosnero, si no fuera porque le cuadraban mucho mejor a su modestia apodos como “El sablazo de Dios” o Fray Garbanzo, por los que era conocido.
Su fecundo quehacer, está salpicado de anécdotas que trazan una magnífica semblanza.
Era habitual verlo, con su viejo hábito y su descolorido sombrero, sentado en la terraza del Círculo Mercantil, del Círculo de Labradores, en las cafeterías Ivory o Savarín, a la espera de sus ricos parroquianos que, cosa extraña, no solían esquivar su presencia sino que frecuentemente se acercaban a hacerle donativos para “sus niños”.
Si era invitado a café o cerveza, pedía para él un vaso de agua y para sus niños el importe de la consumición.
Su viejo Land Rover conocía a la perfección todos los caminos de la campiña y la sierra cordobesa. En ellos se adentraba para llegar a fincas y cortijos en busca de donaciones. Todo servía para sus fines humanitarios: Trigo, aceite, huevos, fruta, animales. Se cuentan de él pequeños engaños, seguramente fruto exclusivo de la imaginación popular, como añadir algún cero a vales de conformidad expedidos por los terratenientes para que fueran atendidos por los capataces. De esta forma, “vale por 1 saco de…”, se convertía en “vale por 10 sacos de…”. Un hecho sin duda insignificante para el benefactor, pero muy importante para él.
En cierta ocasión se presentó en una cacería en la que se encontraban Franco y Hasan II, saludó, enseñó las fotos de "sus niños", del incipiente Hospital y Franco le dijo: "Hermano ¿todo esto se hace pidiendo?". "No, Excelencia, contestó, esto se hace dando.
Gracias a aportaciones como las de esas subastas radiofónicas, o las de comerciantes, agricultores, ganaderos y de la sociedad cordobesa en su conjunto, no solo consiguió levantar el Hospital, sino que abarató costos, negoció plazos y pagos con constructores y proveedores al mismo tiempo que velaba por sus niños.
Una de aquellos niños fue mi mujer. Toñi quedó afectada por la poliomielitis en las piernas a los dos años de edad. En San Juan de Dios fue tratada durante varios años e intervenida quirúrgicamente en varias ocasiones. Gracias a ello, aunque coja, pudo volver a caminar.
En alguna ocasión me ha contado cómo con motivo de una de esas intervenciones tuvo que quedar ingresada en el Hospital. El Hermano Bonifacio la llevó a su casa y se recuerda a sí misma como algo diminuto y frágil acurrucada en los brazos poderosos de aquel hombretón, mientras le oía preguntar en mitad del patio ¿de quien es esta cojita? sin que esta frase le sonara ofensiva, sino plena de afecto y cariño.
He querido recordar con vosotros este episodio, junto con la semblanza del Hermano Bonifacio, para destacar cómo la radio oficial, tantas veces mediatizada al servicio del poder político en aquella época de postguerra, supo encontrar también resquicios para prestar servicios inestimables a la sociedad.
Fuentes consultadas: Google, Wikipedia
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