El mundo de los sueños tiene mucho de evasión
de la realidad. Mientras dormimos acuden a nosotros imágenes, situaciones,
acontecimientos irreales que son vividos como si realmente estuvieran
sucediendo. Los sueños, con igual intensidad, nos inundan de pánico angustioso que
de sensaciones de placer y bienestar. Después, con el despertar, todo queda
atrás en el onírico universo de los sueños. A veces recordamos lo soñado, otras
sólo nos queda el malestar o bienestar de las sensaciones soñadas y un ligero
atisbo de recuerdo. Otras, ni siquiera eso.
Otro tipo de sueños, aquellos que han dado
origen a la expresión “soñar despierto”, nos instalan estando despiertos en el
mundo de la irrealidad. Damos por cierto aquello que no solamente no lo es,
sino que dista mucho de serlo. Lo peligroso de estos sueños es que tenemos una
percepción distorsionada de la realidad, llenándonos de confusión sin que
seamos conscientes de la misma.
Después están aquellos sueños, tal vez sería
mejor decir deseos, por llegar a unas metas, por lograr objetivos distintos y
distantes, que casi siempre chocan frontalmente con nuestra realidad cotidiana,
con nuestras limitaciones y lo que es peor, con nuestras actitudes. Es hermoso
soñar. Diría que es una cualidad profundamente humana. Nuestra especie ha
evolucionado gracias a esa capacidad de soñar. Pero a la capacidad de soñar hay
que adjuntarle la laboriosidad, el esfuerzo, la constancia, el tesón, la
tenacidad de no desfallecer.
Soñar sin pagar ese canon, sin haber
realizado ni el más mínimo esfuerzo por lograr lo soñado, nos sitúa entre la
inmensa legión de aquellos que creen ser merecedores de todo sin haber aportado
nada.
Si por
el contrario perseguimos la consecución de nuestros sueños, la satisfacción de
su logro será enorme y nuevos sueños vendrán a sustituir a los logrados. Otras
veces tal vez no veamos recompensado el esfuerzo, la dedicación con la
realización de los mismos. En ocasiones por propia incapacidad, otras por las
zancadillas, por los insalvables obstáculos con los que nos encontremos en el
camino a recorrer. Con seguridad nos sentiremos frustrados, pero igualmente habremos
recorrido un enorme trayecto en nuestro crecimiento personal.
Por último, soñar por soñar, tal vez los sueños más merecedores de tal nombre. Aquellos
que nos permiten, siendo conscientes de su naturaleza onírica, dejarnos arrastrar por su fantasía, por su magia, sin
más pretensiones que el simple placer de ser poseídos por ellos, de evadirnos,
de sentir en nosotros su vivificadora influencia.
Os dejo una refrescante imagen que tiene un poco de todo lo anterior.
Os dejo una refrescante imagen que tiene un poco de todo lo anterior.
Más ensoñaciones vividas y narradas, en el
blog de nuestra amiga Tere