Ilusionado y entusiasmado por las noticias que mi amigo el filósofo y explorador Raphael Hythloday me transmitía sobre un mundo nuevo, distinto, más igualitario y humano que él había descubierto por casualidad, di con mis huesos en la ciudad de Utopia.
Tan sólo habían transcurrido cinco
años desde que tuve conocimiento de la existencia de esa ciudad y la
realidad con la que me topé distaba mucho de la idea que había
forjado en mi mente.
Esperaba encontrarme con una urbe
modélica urbanizada con amplios espacios abiertos, casas iguales,
armónicamente ubicadas formando parte de un paisaje amable y en su
lugar encontré pretenciosas mansiones al lado de casas humildes y un
sin fin de chabolas. Barrios densamente poblados sin zonas verdes, al
lado de otros con extensas zonas ajardinadas rodeando a casas donde
el lujo y el confort era más que evidente.
Esperaba encontrarme con la existencia
de bienes comunes y la ausencia de propiedad privada, pero todo,
absolutamente todo, tenía dueño. La mayoría de los bienes en
pocas, muy pocas, manos privadas.
La alternancia entre las labores
propias de la vida en la ciudad y las agrícolas que todo habitante
de Utopía estaba obligado a cumplir periodicamente y de las que mi
amigo el explorador me había hablado, sencillamente había dejado de
existir si es que alguna vez se dió.
La justicia y las leyes habían
degenerado favoreciendo los intereses de una emergente clase
dirigente.
La idea de un mundo mejor, más justo y
solidario, más armónico y apacible, se había ido diluyendo
propiciado por un elemento que los fundadores de Utopía, aquellos
que soñaron una sociedad ideal, no habían tenido en cuenta. El
espíritu depredador de la especie humana es insaciable para los de
su propia especie. La ley del más fuerte, intelectual, emocional o
físicamente, acaba por imponer sus propias normas en contraposición
de utopías o ideales.
Mi estancia en Utopía, aunque breve,
fué suficiente para afianzarme en el escepticismo hacia la capacidad
de la especie humana para lograr sociedades justas y solidarias.
Mas historia en lugares imaginarios en el blog de nuestro amigo Max Estrella