LA MANO DE SOMBRA (cuento infantil, pero menos).
En un pequeño claro existente en la espesura más densa de un bosque muy lejano con respecto a cualquier sitio conocido, a salvo de peligros y en completa armonía con la naturaleza circundante, vivía feliz, muy feliz, una familia de duendes. Su vida transcurría de la plácida forma en que todos sabemos que transcurre la vida de los duendes. Papá y mamá duende labrando, sembrando, regando, recogiendo cosechas, recolectando frutas que el bosque les ofrecía, cuidando de la casa y de los cuatro duendecillos, y estos, como podeis suponer, todo el día persiguiendo mariposas y pajarillos, molestando a las ranas del cercano lago, coleccionando mariquitas y, sobre todo, jugando a imaginar donde conduciría el majestuoso arco iris que todos los días invariablemente, aparecía en la cascada que desde gran altura, vertía sus aguas al lago. Tanta era la fascinación de los duendecillos por el arco iris, que decidieron incorporarlo a sus juegos. Con todas la magia que se les puede suponer a los duendes, poniendo cada uno de ellos como ingredientes lo mejor de sí mismos, consiguieron un arco iris pequeñito que hacían girar con tan solo unir sus voces. A partir de ese día, su pequeño arco iris les sirvió como cuerda para jugar a la comba, pasando a ser ese momento del día el más especial y celebrado de todos, incluyendo a papá y mamá duende que veían en ese pequeño arco iris, el símbolo de su bienestar y felicidad. Un día, un personaje siniestro llamado Caronte, envidioso de tanta felicidad, raptó a Murmel, uno de los duendecillos y trepando por el arco iris anduvo con él hasta el final del rutilante camino que sus colores trazaban en el cielo. Nada más hubo cruzado, el Arco Iris desapareció y una densa bruma se extendió sobre el bosque, como si una mano de siniestra sombra se hubiera cerrado sobre este. Desde entonces, nada fue lo mismo. Los colores del bosque se tornaron grises o negros, la tierra se volvió menos fértil, el trabajo diario dejó de importarles y hasta la comba que les servía para jugar perdió los colores y dejó de girar, al faltar una de las voces que al unísono con las otras, la hacían ser mágica y preciosa. En vano esperaron el regreso de Murmel, que contra su voluntad había sido llevado por el camino sin retorno donde van todos los que ya no están, pues este es el verdadero destino que se encuentra más allá del Arco Iris. . Transcurrido un tiempo, perdida por completo la ilusión por verlo regresar, tan sólo les quedaba la esperanza, la remota esperanza, de ver desaparecer algún día, al menos en parte, la espesa oscuridad extendida sobre su bosque por la mano de sombra. Pepe.
En un pequeño claro existente en la espesura más densa de un bosque muy lejano con respecto a cualquier sitio conocido, a salvo de peligros y en completa armonía con la naturaleza circundante, vivía feliz, muy feliz, una familia de duendes. Su vida transcurría de la plácida forma en que todos sabemos que transcurre la vida de los duendes. Papá y mamá duende labrando, sembrando, regando, recogiendo cosechas, recolectando frutas que el bosque les ofrecía, cuidando de la casa y de los cuatro duendecillos, y estos, como podeis suponer, todo el día persiguiendo mariposas y pajarillos, molestando a las ranas del cercano lago, coleccionando mariquitas y, sobre todo, jugando a imaginar donde conduciría el majestuoso arco iris que todos los días invariablemente, aparecía en la cascada que desde gran altura, vertía sus aguas al lago. Tanta era la fascinación de los duendecillos por el arco iris, que decidieron incorporarlo a sus juegos. Con todas la magia que se les puede suponer a los duendes, poniendo cada uno de ellos como ingredientes lo mejor de sí mismos, consiguieron un arco iris pequeñito que hacían girar con tan solo unir sus voces. A partir de ese día, su pequeño arco iris les sirvió como cuerda para jugar a la comba, pasando a ser ese momento del día el más especial y celebrado de todos, incluyendo a papá y mamá duende que veían en ese pequeño arco iris, el símbolo de su bienestar y felicidad. Un día, un personaje siniestro llamado Caronte, envidioso de tanta felicidad, raptó a Murmel, uno de los duendecillos y trepando por el arco iris anduvo con él hasta el final del rutilante camino que sus colores trazaban en el cielo. Nada más hubo cruzado, el Arco Iris desapareció y una densa bruma se extendió sobre el bosque, como si una mano de siniestra sombra se hubiera cerrado sobre este. Desde entonces, nada fue lo mismo. Los colores del bosque se tornaron grises o negros, la tierra se volvió menos fértil, el trabajo diario dejó de importarles y hasta la comba que les servía para jugar perdió los colores y dejó de girar, al faltar una de las voces que al unísono con las otras, la hacían ser mágica y preciosa. En vano esperaron el regreso de Murmel, que contra su voluntad había sido llevado por el camino sin retorno donde van todos los que ya no están, pues este es el verdadero destino que se encuentra más allá del Arco Iris. . Transcurrido un tiempo, perdida por completo la ilusión por verlo regresar, tan sólo les quedaba la esperanza, la remota esperanza, de ver desaparecer algún día, al menos en parte, la espesa oscuridad extendida sobre su bosque por la mano de sombra. Pepe.
Y ESA ESPERANZA ES LA QUE TODOS ALBERGAMOS EN NUESTRO CORAZÓN PARA VER UN MUNDO MEJOR.
ResponderEliminarME ENCANTO,TOCAYO
¡Qué bonito, me encanta como tienes el blog!
ResponderEliminarQuiero creer que Murmel y su familia se reuniran un día...
ResponderEliminarUn par de abrazos , hoy,especiales.
Isa
Pepe....
ResponderEliminarEL haiku es el cuento en tu corazón.
Más allá del arco iris,espero se encuentre de "nuevo" la casa de los duendes para reiniciar una nueva recogida de frutos silvestres,en armonía ,en comunión.
Sea mañana o pasado...volverá ¡¡
Besucos silenciosos
Gó