He soñado muchas veces con este momento. Veinte años de alejamiento involuntario, desplazado por motivos laborales al otro lado del mundo, son demasiados años. Lejos de mi familia, de mis amigos, de mis añorados paisajes de sierra y de campiña, los que me vieron correr, jugar, crecer, enamorarme. Lejos de las blancas fachadas, de las empinadas y retorcidas calles de mi pueblo… son demasiados años.
A medida que el autocar se adentra en Andalucía buscando tierras cordobesas, va creciendo mi ilusión y mi inquietud. Ilusión por abrazar a mis padres, a mis amigos. Inquietud porque la distancia kilométrica, a menudo, establece también la lejanía afectiva.
A lo lejos, distingo las primeras casas. A nuestra derecha, el arroyo que discurre por la linde del pueblo me acarrea la primera decepción. Mis recuerdos me traen imágenes de sauces llorones, de zarzamoras, de juncos, de un estrecho camino de tierra en su margen con bancos de madera, iluminado por bellas farolas de hierro fundido, pero me encuentro con un amplio paseo enlosado, con bancos modernos de acero al igual que las farolas. Los sauces desaparecidos y las zarzas, sustituidas por taludes de césped con algunas manchas de romero.
Ya el autocar circula por las primeras calles del pueblo. Atrás han quedado algunos polígonos industriales de nuevo cuño. En mi interior, sigue agrietándose la vieja y añorada fotografía. Las pocas casas que aún quedan, luminosas de cal en mi recuerdo, con el pequeño huerto o el jardín en la parte trasera, ven ahora cubiertas sus fachadas de azulejos, lo que las asemeja a enormes cuartos de baño. Los huertos y jardines han pasado a ser espacio asfaltado y parcialmente cubierto para cumplir funciones de cochera. El espacio urbano está dominado ahora por un panorama de bloques uniformes, fríos y carentes de personalidad.
Por fin, el autocar estaciona en la parada final. Esperándome, mis padres y también mis amigos de siempre. Abrazos, besos, muestras de cariño de todo tipo, bromas y algunos llantos. También en ellos, como en mí, como en el paisaje, ha hecho mella el tiempo. Sin embargo, el cariño recibido me hace pensar que a veces, para los sentimientos, los afectos, la profunda vinculación con los auténticos amigos, no existe el regreso porque nunca hubo una partida. Que tras la evidencia de los cambios físicos existe una íntima empatía, una comunión que no cambia, para la que veinte años son apenas un momento. Veinte años no siempre es mucho tiempo.
Pepe.
Advierto que cualquier parecido con mi realidad, en esta ocasión, es pura coincidencia. Soy urbanita y salvo vacaciones y dos años vividos en Alcalá de Henares (Madrid), siempre he vivido cerca de mi familia y mis amigos.
Más relatos en el blog de GUS
El relato,junto con la imagen,me ha hecho "meterme "de alguna manera en el personaje.
ResponderEliminarVeinte años.lejos,sin el color de su tierra,sin el abrazo del amigo ni el beso de sus padres...
Son muchos años,así es.
Pero ..al abrigo de sus deseadas presencias...el tiempo parece,se hubiera,solo parece,esfumado.
Ahora...de vuelta a casa.
Me gustó¡¡
Besucos
Gó
Nunca nos vamos de nuestras raices aunque éstas sean hoy las de otro árbol en medio de un parque urbanizado. Regresamos siempre a las gentes incluso desde la distancia de veinte años, nunca se fueron.
ResponderEliminarBello retazo de un regreso, bsito.
Qué buen cariz le has dado a tu "regreso" (aunque no haga referencia a tu experiencia personal!)se siente auténtico y emotivo. Cargado de sentimientos encontrados que suelen darse luego de un alejamiento tan prolongado. La realidad no suele ser como la recordamos, pero, por suerte, sí permanecen intactos los buenos afectos!...
ResponderEliminarun abrazo.
Y la historia sigue repitiéndose, aunque cada vez de forma más dramática, gentes de un mundo explotado se juegan la vida para llegar al paraíso donde, vendiendo La Farola, poder comer todos los días.
ResponderEliminarHola Pepe:
ResponderEliminarNo es real; pero lo parece. Transmites muy bien las sensaciones de quien vuelve a la tierra donde nació.
Ahora ya no me ocurre tanto, los viajes se hacen en menos tiempo y parece que todo esté mas cerca; sin embargo de niña, viajando de noche, con los cambios de tren, las esperas... La sensación era la que describes.
Un abrazo.
Así suelo verlo yo, cuando marcho, soy yo la que al volver soy diferente, la que he vivido nuevas experiencias y visto cosas nuevas; los que se quedan, parece que, en una primera impresión y primer impacto, se han quedado atras cuando los ves. Son necesarios unos momentos, un deshacer de maleta y un par de charlas, para recuperar la vida que fue, para ellos y para nosotros.
ResponderEliminarUn abrazo.
No es la tuya, pero podría serlo, como la de cada uno de nosotros.
ResponderEliminarUna redacción muy buena, descriptiva y bien paseada.
Ha sido un gusto leerla.
Abrazos
Inquietud porque la distancia kilométrica, a menudo, establece también la lejanía afectiva.......Sin embargo, el cariño recibido me hace pensar que a veces, para los sentimientos, los afectos, la profunda vinculación con los auténticos amigos, no existe el regreso porque nunca hubo una partida......en estas d0s frases...mej0r dich0, estas d0s frases que n0 s0n cntradict0rias, aunque l0 parezca, s0n las que me han calad0...pues es verdad que la distancia unida al tiemp0 enfria...per0 tambien es verdad que en l0 intim0 reside un n0s e que que hace que el am0r permanezca a pesar del tiemp0 y a distancia...
ResponderEliminarpepe, enh0rabuena, para un pueblerin0 c0m0 y0 este regres0 ha sid0 especial...
medi0 bes0.
Bonito relato.Los cambios que suceden en nuestra ausencia, y que cuando regresamos cómo lo notamos. Nuestra memoria es muy selectiva, sobre todo de las cosas que nos han provocado una alegría.
ResponderEliminarUn abrazo.
No es una historia real pero si presente en muchos hogares. Familias tuvieron que trasladarse a otros escenarios para poder vivir y ayudar a sus familias, ahora nos toca recibirlos a nosotros en estos tiempos.
ResponderEliminarTambién me ha gustado como relatas los cambios que suceden en los pueblos o ciudades a través del tiempo.
Yo tuve que abandonar mi ciudad natal y reconozco que me costó adaptarme.
En fin Pepe que te lo has currado y te ha salido precioso.
Un abrazo
Estupendo relato que no devuelve a los nuestros. Me ha recordado aesos bellos anuncios publicitarios de "Vuelve a casa por Navidad".
ResponderEliminarYo tampoco me he visto en esa tesitura pero seguro que lo pasaria fatal.
Besos