Nunca me he planteado qué mensaje enviar en
una botella, la necesidad de hacerlo,
bajo qué circunstancias lo encontraría justificado o cuales me gustaría
que fueran sus hipotéticos destinatarios. Ahora que por las circunstancias
jueveras me encuentro ante la necesidad de hacerlo, no sé bien qué contar ni a
quién contárselo.
Tal vez debiera ser un mensaje optimista, pero no siento ese optimismo y además pienso que según quien lo reciba, puede
resultar hipócrita, inmoral, escasamente creible y, ciertamente, alejado por
completo de la realidad.
Tal vez debiera atacar la laxitud indolente, esa placentera
complacencia que nos lleva a permanecer inmóviles,
impasibles, inalterables, mientras todo a nuestro alrededor se desmorona, pero
sería un mensaje engañoso, porque si odiara
esa paz que me amodorra, si pensara que ese pasotismo es algo horrible que me instala más en la muerte que en la vida, estaría
en actitud beligerante, y mi mensaje sería animando a cuestionar y combatir en
todos los ámbitos posibles, sistemas políticos inoperantes, doctrinas
religiosas trasnochadas, sociedades desestructuradas donde los enormes desequilibrios
permiten que coexistan las desorbitadas riquezas de unos pocos junto a la
pobreza extrema de una machacada mayoría.
El caso es que sigo plácidamente reconfortado
en mi quietud bobalicona, así que…. ¡qué decir!.
Simplemente dejar constancia
de mi incapacidad y mi falta de estímulos para dejar en la botella un mensaje
que tenga en su contenido algo de inquietud, algo de vida, algo de movimiento mientras yo sigo a verlas venir, sentado al sol.
Más y mucho mejores mensajes en las botellas arrojadas esta semana en el mar que agita la cálida Brisa de Venus de nuestra amiga Encarni.