El pueblo presenta el aspecto de un esqueleto
descarnado, ennegrecido. Polvo de carbón, paisaje de canteras agotadas a cielo
abierto. tremendas cicatrices surcan los
montes donde antes hubo vegetación y una vida que ahora languidece y se
desangra.
En la estación de ferrocarriles, donde antes
existía una frenética actividad de trenes, mercancías y personas, ahora reina un inmenso silencio, tan sólo interrumpido por el paso de un par de
trenes diarios que rara vez paran para recoger o dejar a alguien.
Hacia esa estación camino en este preciso
momento, con el cansino paso del que no quiere irse. Atrás quedan mi mujer y
mis hijos en un pueblo sin futuro, donde apenas quedan casas abiertas y
chimeneas encendidas. Las cicatrices del
carbón, no solamente surcan los montes, también han logrado apoderarse
cruelmente de las esperanzas de los hombres y mujeres de esta tierra.
Llega el tren y hoy parará. Me llevará con
él, tal vez para siempre, en busca de un futuro que hoy y aquí, en esta lugar
que amo, se me presenta tan negro como el carbón que durante años alimentó los
sueños de sus moradores.
Podeis encontrar más historias de trenes en el blog de nuestra amiga: Susana