Llovía a mares. Caminar constituía una ardua
empresa. La mochila, las ropas y las botas empapadas eran plomo lastrando cada
uno de nuestros pasos. A la dificultad de caminar bajo la tormenta se unían un camino terroso, serpenteante en constante
ascensión y la llegada de la noche que nos obligaba a una tensión especial,
siempre ojo avizor para no desviarnos de nuestro destino.
Ibamos haciendo el Camino de Santiago. Habíamos
salido desde la base del Alto de Pedrafita y nos dirigíamos a Fonfría, pasando por O Cebreiro. En el albergue de
peregrinos de A Reboleira nos esperaba
Toñi, inquieta por lo desapacible del día y por nuestra tardanza. Ella,
lesionada en la subida a O Cebreiro, se había visto obligada a coger un taxi
hasta el albergue.
Finalmente la luz del albergue, brillando en la
oscuridad, puso alas a nuestros pasos. En el vestíbulo de la entrada, tuvimos
que descalzarnos e incorporar nuestras botas a una interminable fila de ellas
que descansaban su fatiga junto a la pared.
La fatídica jornada estaba a punto de culminar en un momento muy especial. La
zalamería de Toñi y su facilidad para hacerse apreciar por los demás, posibilitó que nos estuvieran
aguardando para cenar junto a los demás peregrinos.
Fue emocionante. En el interior de una
palloza, construcción circular típica de algunas regiones españolas, una gran mescolanza de nacionalidades estaba presente en aquella
mesa. Canadienses, norteamericanos, brasileños, franceses, holandeses, belgas y
por supuesto españoles dispuestos a compartir unos momentos mágicos. El idioma
era lo de menos para confraternizar. Comimos, bebimos, reimos y finalmente
cantamos.
¿Os imagináis a los franceses cantando La
Marsellesa?, peor aún, ¿Os imagináis a nuestros amigos Paco y Eva junto a
nosotros cantando sevillanas?. Debimos
hacerlo muy bien porque nos obligaron a repetir, eso o los efectos etílicos nos
elevaron a la categoría de virtuosos del cante.
Fue, repito, un momento muy especial que
venía a demostrar que por encima de credos, ideologías, diferencias culturales,
los seres humanos somos capaces de empatizar, confraternizar, olvidarnos de lo
que nos separa en beneficio de lo mucho que nos une.
Podeis ver más momentos especiales un poquito más abajo en este mismo blog
¡Qué broche de oro para semejante travesía!...ya nos habías contado de tu inclinación hacia esta peregrinación. Ahora le agregas detalles que nos ilustran más sobre cuáles son las razones de tu entusiasmo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
=)
Todo nos une en momentos de camaradería, nos sentimos colegas, amigos, compañeros... luego nos despedimos emocionados y no volvemos a vernos más.
ResponderEliminarSimplemente se trata de compartir, sin dar ni pedir, compartir el espacio y el tiempo con alegría, y en esos momentos se siente como tal, como si fuera eterna...
Personas ajenas... es curioso.
Un abrazo, chicos. Os queremos.
En El Camino too es posible, los momentos de magia se suceden día tras día y noche tras noche, para mí ha sido una experiencia de las más bonitas de mi vida.
ResponderEliminarSin duda alguna una peregrinación impresionante. Lo más interesante es la confraternización, sin barreras de idioma. Una experiencia única.
ResponderEliminarSaludos
Nos has confesado lo que es para ti la felicidad. Además como recompensa a una dura jornada de superación. Te felicito porque tú también hiciste de aquel día un momento especial para el resto de personas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo peregrino
Pues si fue un momento muy especial, donde ante todo se reunieron personas y disfrutaron de ese momento que seguramente será único, porque será casi imposible que todos en ese mismo sitio volvais a coincidir. Los momentos vienen... sólo hace falta darse cuenta de ellos, vivirlos y guardarlos.
ResponderEliminarUn abrazo
Sin duda tuvo que ser un momento muy bonito e inolvidable. Lo mejor de este relato es que está totalmente basado en hechos reales, es lo que le proporciona aún más belleza y mejor sabor de boca después de leerlo.
ResponderEliminarun abrazo :)
Qué bonito el camino de Santiago,tortuoso,supongo;pero satisfactorio. Ya te estoy viendo cuando llegaste allbergue y Toñi esperándote con los brazos abiertos, eso si que debió ser un momento especial.
ResponderEliminarUn abrazo
¡que gran momento especial amigo Pepe! Es evidente que las personas dejamos de lado nuestro idiomas, cuando nos encontramos bien predispuestos alrededor de una sencilla mesa y con la música invadiendo, que por algo la llaman "la lengua universal" UN ABRAZO
ResponderEliminarConforme iba leyendo, las imágenes se me presentaban, pero lo contundente fue ese cierre, pienso como tú, muchas cosas nos unen, muchísimas más de las que pudieran separarnos.
ResponderEliminarAbrazos.
Pepe me ha encantado recordar este momento que se os lo había contar a Toñi y a ti en Sevilla, lo has narrado magistralmente como siempre haces. Toñi es mucha Toñi y lo que ella no consiga nadie lo puede conseguir. La envuelve un aura de dulzura que engancha a los que la conocemos. Un beso para cada uno.
ResponderEliminarLeonor
Qué bonito momento. Y mira por donde, veníamaos hablando de puentes y ese que unió a personas de tan diversa procedencia es mágico y maravilloso.
ResponderEliminarMe ha gustado vivir en la imaginación ese momento.
Abrazos, amigo.
Buen relato, ejemplo de universalidad de las personas.
ResponderEliminarUn abrazo.
debo de ser un solitario empedernido. lo sé. y digo esto por que mi camino de santiago consistió en hacerlo por una mamá amiga mía que había perdido a una su hija y que no pudo, por lo tanto, hacer el camino junto a ella...debo de ser eso, por que hice mi camino del revés y sólo y no pude disfrutar de la gente. lo reconozco. eso sí, mis disfrutes fueron de otra naturaleza...
ResponderEliminarmedio beso.
Me gusta esas confraternizaciones, son realmente especiales, todos distintos pero todos iguales.
ResponderEliminarUn abrazo Pepe y otro para mi amiga Toñi,que la he visto en este relato tan linda como ella es.