Obra de la exposición de Ernesto Nieto en el Guggenheim de Bilbao.
Paseaba distraidamente,
saboreando mis vacaciones. Era el mío, un paseo de pasos perdidos,
sin destino programado, en un pueblo pequeño, de cuidados jardines y
escasos habitantes al borde de la carretera. Había parado en el para
descansar como podría haber parado en cualquier otro lugar. Ni
siquiera sabía su nombre pero era tranquilo, se intuía acogedor y
me apeteció estirar algo las piernas.
Museo de antigüedades
varias. El horario de visitas concluía a las 21 h. Eran las 8 de la
tarde y pensé que una visita a ese lugar sería una bonita y
entretenida manera de pasar el tiempo así que traspasé el umbral
de aquel museo.
Estaba desierto. No ví a
nadie. Ni tan siquiera un vigilante. Me pareció que el tiempo se
había detenido hace siglos en aquel lugar. Vestigios de
civilizaciones anteriores, rudimentarios aperos de labranza, vajilla
doméstica de barro cocido de antigüedad manifiesta y al fondo de
una de las salas, semioculta, una gruesa puerta con un letrero que
llamó poderosamente mi atención: Sala de los libros olvidados.
Amante de la literatura,
no me pude resistir a traspasarla. Me esperaban miles de libros
cubiertos de una densa capa de polvo, el mismo polvo que iba dejando
la huella de mis pisadas a lo largo de los pasillos que formaban las
decenas de estanterías que los soportaban.
Estaba claro que esa
enorme habitación no había sido pisada en muchos años. Faltaban
tan sólo cinco minutos para que el museo cerrara sus puertas y
quise encaminarme a la salida. Volví sobre mis propias huellas y
observé que la puerta carecía de picaporte interior. Parecía
imposible pero así era. Comenzé a inquietarme. Aquello carecía
completamente de sentido. Aporreé la puerta y comenzé a gritar aún
a sabiendas de que aquellos gruesas maderas y aquellos anchos muros
no dejarían que el sonido de mi voz saliera al exterior. Todo
inútil. Los altos ventanales me hicieron saber que el día llegaba y
no una única vez. Tras varios atardeceres y amaneceres tuve la
certeza de que nunca saldría de allí. La sala de los libros
olvidados, para mí, se había convertido en la sala de los lectores
olvidados.
Más relatos en casa de
nuestra amiga y compañera de letras Lucía
Buf que agobio por un momento me vi en esa situación sin poder salir de allí.
ResponderEliminarExcelente tu relato del museo me has encogido hasta el aliento.
Un beso.
Agobiante relato. Aunque no es menos cierto que a pesar del horror de la situación, no es mala manera de despedirse del mundo rodeado de libros cuando, como es tu caso, eres un empedernido lector.
ResponderEliminarDe cualquier manera, tu entrada es brillante y muy literaria.
Un abrazo.
Hala Pepe: ¿Y no te dió un yuyu? porque me imagino que con tanto polvo por doquier, acabarias como una croqueta. `Por lo visto no acertaste con la jornada de puertas abiertas jajaja!!!muy buena entrada,amigo Pepe.
ResponderEliminarSaludos!
Pudiste comprobar si es cierto que la lectura es el "alimento" del alma. Por lo demás el relato es estupendo, me ha recordado “La sombra del viento” de Zafón. Un abrazo
ResponderEliminarPodría titular tu relato "Las huellas del olvido" Enigmático recorrido desde tus letras hasta las estanterías de tu imaginación para dejarnos, eso si, algo angustiados.
ResponderEliminarUn besazo
Un relato brillante que inquieta y perturba por su simbología. Me encantó.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Pepe.
Tu relato bien puede ser el principio de una novela de intriga. Mi piel ha sentido entre tus geniales renglones, terror y escalofrios, al saber que el museo se convirtió en carcel.
ResponderEliminarGracias por este maravilloso relato.
Abrazos
Bueno, al menos estarías entretenido por unos días; aunque la gana y la sed, no sé yo...
ResponderEliminarUn abrazo
Me ha dejado con la angustia de no saber que ocurriría.
ResponderEliminarbesos
Genial el final, ese museo de los lectores olvidados. Inspira para escribir. También el ambiente, ese pueblo, ese paseo, esa casualidad que termina resultando tan cruel...
ResponderEliminarBuen relato, ¿cómo no?
Un fuerte abrazo.
¡Qué horror! me he sentido encerrada y casi me echo a sudar.
ResponderEliminarQué desesperación! Yo también me hubiese metido en ese cuarto, tentada por su nombre. Pero no me hubiese gustado terminar así.
ResponderEliminarUn relato diferente, con un final que estremece.
Un abrazo enorme.
ResponderEliminarFantástico relato, estremecedor con ese final impactante. Muy original, Pepe.
Saludos
Uuuuh... Si me dieran de comer y beber cada día, hubiera una ducha cerca y alguna ventana que otra, creo que aguantaría algunos días. Pero lo de tu relato es un castigo de algún autor despechado :)
ResponderEliminarUn beso, chicos.
O tal vez obra de algun escritor masivo, que quiere que los desconocidos escritores continúen siendo desconocidos.
ResponderEliminarSaludos.
A pesar de que no es tu genero más utilizado, sin duda tienes una gran habilidad para producir inquietud e intranquilidad en el lector. Con este relato me has recordado al gran maestro Poe...!no te digo más! Me ha encantado ese final.
ResponderEliminarUn beso
Muy bueno, sí señor. Yo también habría caído en esa habitación, aunque luego me muriese de claustrofobia. Un abrazo.
ResponderEliminarUfff... Me da que no serías el primero... Ni el último... Me ha encantado el ritmo, el pisar sobre el polvo acumulado... La sensación del tiempo detenido al mismo que latía o debería latir el corazón tan fuerte que doliera.
ResponderEliminarEl final es muy bueno...
Un besazo.
Que agobio, me produce claustrofobia la situación, realmente yo tambien habria entrado, la pasion por los libros es nuestra perdición. Me encanta tu relato y las sensaciones que transmites, besos.
ResponderEliminarMe ha fascinado el relato, sobre todo la habitación de los libros olvidados, aunque siempre que pueda salir de allí. Un abrazo Pepe
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