Nuestra amiga Nieves nos invita esta semana a reflexionar sobre el tiempo y su incidencia en nuestra vida. Ante la falta de tiempo que me agobia ultimamnte, recurro a una vieja entrada que escribí hace más de cuatro años, curiosamente en una convocatoria de la misma anfitriona que nos guía esta semana. Confío en que sea nueva para la mayoría de vosotros.
A cada uno de nosotros nos ha tocado en
suerte un segmento de tiempo. No somos intemporales. Ese segmento, tiene la
cualidad de segmento suma. Son muchos los segmentos de tiempo cuya adicción da
como resultado aquello que somos en el transcurso de toda una vida. Tiempo de juegos, de sueños,
de odios, de amores, tiempo de sufrimiento y dolor, tiempo de penas y alegrías,
tiempo de diversión y responsabilidad, tiempo de crecer y madurar, tiempo de
envejecer, tiempo ganado, tiempo perdido. Tiempo que va muriendo y
consumiéndose en la misma medida en que nos alejamos del origen y nos acercamos
al límite de esa línea de tiempo que nos ha sido otorgada.
Es en ese discurrir de nuestra experiencia
vital a lo largo de nuestro propio segmento de tiempo, donde este se nos
muestra esquivo y nada complaciente las más de las veces. Unas, cuando
quisiéramos que los instantes que nos concede se volvieran eternos, vemos pasar
el tiempo a velocidad vertiginosa. Otras, cuando deseamos fervientemente que transcurra lo más rápidamente posible, parece
que todas las manecillas de todos los relojes se paran expresamente para hacernos
su duración interminable.
Quiero hacer especial hincapié en una característica
esencial del tiempo, una característica que lo hace aparecer ante nosotros unas
veces como angel protector, otras como demonio despiadado y a veces,
simultáneamente y ante los mismos hechos, bajo las dos apariencias. Es su
característica de depredador, de ladrón de recuerdos.
El transcurrir del tiempo suaviza el dolor
producido por las malas experiencias, pero tambien es el responsable de que las
agradables sensaciones de experiencias amables, placenteras, acaben convirtiéndose en una nebulosa
difuminándose hasta ser tan sólo un vago recuerdo.
Su doble cara, angel y demonio, se presenta
con especial virulencia ante la pérdida de alguien muy querido. El transcurso
del tiempo hace que el dolor se haga menos lacerante, más llevadero y eso nos
confirma en la creencia de que el tiempo todo lo cura, pero a la vez, ese mismo
transcurso del tiempo hace que aparezca odioso a nuestros ojos porque nos escamotea
difuminando, gestos, expresiones, tono de voz, a veces incluso las facciones de
la persona que quisiéramos tener siempre de una manera fresca y actual en
nuestro corazón y en nuestra mente.
Así es el tiempo en nuestra vida: Cara y cruz, angel y demonio, amigo y enemigo.
Más historias y reflexiones sobre el tiempo en el blog de nuestra amiga Nieves