Llega la noche y con su llegada se aquietan
los acelerados latidos del monstruo de
metal y hormigón. Se relaja el corazón de la ciudad, ralentiza su pulso tornándolo tenue, apenas perceptible. Se despeja la maraña, la niebla urbana con que
la urbe nos atrapa y nos envuelve.
El silencio de la ciudad que normalmente nos
sumerge en un sueño reparador, a veces consigue hacer más evidente el clamor
propio, permite que se escuchen nítidos y sin interferencias los latidos de
nuestro corazón, que afloren las sensaciones del alma relegadas a un segundo
plano por la presurosa tarea de vivir, que las atenúa y adormece.
Amo la noche. Ella es cómplice y aliada en momentos
de amor y confidencias, de ensoñación y de lirismo, de intimidad y calma. Su
llegada nos permite cada día, tener al fin la casa sosegada.
Sin embargo hay ocasiones en que la quietud
de la noche nos atormenta permitiéndonos oir con claridad los crujidos de
nuestra estructura emocional desencajada. Lamentos que nos angustian y desvelan
mientras nos invitan al análisis reflexivo sobre las causas de su posible deterioro.
Son esos momentos los que intenté reflejar en
este poema publicado hace tiempo y que reedito hoy para vosotros.
PUZZLE
En el íntimo y solitario
silencio de la noche,
cuando el ruidoso monstruo
de metal y hormigón
relaja su latido,
a veces,
tan sólo algunas veces,
penetro temeroso
donde reside el alma,
en otro vano intento
de recomponer
el complicado puzzle,
las piezas que no encajan
de mí mismo.
Pepe
Más situaciones provocadas por la quietud de la noche en el blog de Neogéminis