Sucedió en nuestro Camino de Santiago en Octubre del pasado año. Hacíamos el Camino andando dos parejas amigas y yo. Toñi, mi mujer, no hacía camino, o al menos, no nuestro camino. Tenía la sacrificada misión de prestarnos apoyo logístico.
Habíamos salido de Orense muy temprano con destino a Cea. Toñi se quedó en el hotel para coger más tarde un autobús de linea hasta dicha población, donde buscaría hospedaje y algún restaurante en el que reponer fuerzas cuando llegáramos.
Había visitado un manantial de aguas termales muy famoso, un mercado de flores y se encaminaba a gestionar la forma de llegar hasta Cea, cuando un anciano, sentado bajo la marquesina de lo que parecía ser una parada de autobús, se dirigió a ella.
- Oye, tu no eres de aquí, ¿verdad?
Toñi, distraida en sus propios pensamientos, se sobresaltó un poco. Sin embargo, el aspecto entrañable de aquel anciano le inspiró confianza y le respondió:
- No. Estoy de paso. Me encamino a la estación de autobuses para ver si alguno sale próximamente para Cea.
-Pues yo estoy aquí, descansando, tomando el sol hasta que sea la hora de entrar a misa.
Intuyendo la necesidad de compañía de aquel hombre, con la excusa de tener también ganas de descansar y manifestando no tener prisa, se sentó a su lado a conversar.
Durante el rato que con él estuvo, el anciano le dijo que era de Lalín, una población cercana, donde tenía una casa, que sus hijos vivían y trabajaban fuera de Galicia, que se había quedado viudo, que vivía en una residencia de ancianos, que se sentía muy solo, que le gustaría encontrar una mujer amable y cariñosa como ella.
Todo esto, antes de hacerle la insólita proposición de que se fuera con él, a su casa, la de toda su vida, en Lalín, con la promesa de que nada le faltaría, sólo a cambio de compartir su vida, sólo a cambio de un poco de compañía para los últimos años de su vejez.
Toñi, acordándose de su padre ya fallecido, se vio embargada por un sentimiento de ternura hacia aquel anciano. Le costó mucho decirle que estaba felizmente casada y que se reuniría con su marido dentro de unas horas en Cea.
Después siguió conversando con él durante un buen rato hasta que las campanadas de la iglesia, anunciando la misa, marcaron el final de esta historia, fiel reflejo de una soledad más, la de una vejez desprovista de afectos en la que se encuentran muchísimos ancianos.
Pepe.
Os dejo a continuación el vínculo a una reflexión personal, a la reedición de una entrada que publiqué en spaces sobre una soledad bien distinta, la soledad que te inunda cuando en un momento de tu vida, sientes que te fallan todos los pilares de tu existencia. Es mi segunda reflexión sobre la soledad que espero que os guste.
Radiografía de la absoluta soledad
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María José