Cristo de Animas (Parroquia de San Lorenzo, Córdoba)
En los pasados días de Semana Santa,
toda Andalucía, como siempre, ha vivido con intensidad los desfiles
procesionales de sus imágenes religiosas. Cuando gran parte del Orbe
católico se prepara para interiorizar su fé, para profundizar en
ella en la Semana de Pasión, Andalucía, como no podría ser de
otra manera, exterioriza su devoción, la saca a la calle, viste de
gala sus imágenes, y las pasea por todas las ciudades en estación
de penitencia.
Pero no es mi intención ensalzar las
excelencias de la Semana Santa tal como se vive en Andalucía. No es
mi intención hablar de la belleza de sus incomparables tallas, de
sus tronos, de sus cofradías, del innumerable acompañamiento de
nazarenos, de la pléyade de penitentes que acompaña el caminar
pausado de los costaleros.
Quisiera hablaros de la
saeta, como una de las más genuinas manifestaciones de nuestra
Semana Santa.
Cuando uno escucha por
vez primera el canto desgarrado de una saeta, se encandila
inevitablemente de su fuerza, su pasión, el misterio que entraña, y
queda seducido, enamorado, de esa sublime forma de oración.
Son inciertos los
orígenes de la saeta. Parece ser que los antecedentes más antiguos
se remontan al último cuarto del siglo XVII. Se trataba de unas
coplas lentas y parsimoniosas conocidas como “penetrantes”, y
serían cantadas por religiosos fundamentalmente franciscanos y
capuchinos y tenían como objeto “golpear” la conciencia de los
pecadores.
Esta saeta primitiva,
esta saeta “penetrante”, con el transcurso del tiempo pasa al
pueblo que adquiere ese recurso religioso y lo hace suyo como forma
de exaltación popular a las imágenes de Jesús o de María. Aunque
hasta hace poco tiempo se ha creido que esta incorporación al acerbo
popular se realiza en la segunda mitad del siglo XIX, documentos
recientes situan manifestaciones cantadas por el pueblo llano con la
denominación de saetas en las postrimerías del siglo XVIII. De
forma que podemos datar en estas fechas el nacimiento de la saeta
popular.
Con posterioridad,
corriendo ya el siglo XX, su incorporación al mundo del flamenco, se
efectúa de la mano (mejor de la voz), de cantaores como Manuel
Centeno, Enrique el Mellizo, Antonio Chacón, Manuel Torre, La Niña
de los Peines, Manuel Vallejo como exponentes más destacados de ese
aflamencamiento de la saeta, llegando así hasta nuestros días.
Algunas formas de saetas
poco comunes son la saeta vieja o primitiva de puente Genil, la saeta
cuartelera, derivada de esta, la saeta samaritana de Castro del Rio
y, como formas más comunes nos encontramos con la saeta por
seguirillas y la saeta por martinetes.
No quiero terminar esta
entrada sobre la saeta sin tener un emocionado recuerdo para alguien
que cantaba las saetas como nadie. Se trata de Quico, el padre de
Toñi, mi suegro. Enorme cantaor que no figurará en los anales del
flamenco, pero que cantaba como los propios ángeles y que fue cabal
y flamenco hasta el fín de sus días.
Quiero mencionar también
a Juana, Mª José y Rafael Carlos, tres amigos nuestros, buenos
cantaores de saetas, que año tras año, utilizan este cante de muy
difícil interpretación, para honrar a Jesús y a la Virgen al paso
de sus imágenes en la noche de la Semana Santa cordobesa.
Este
poemilla, quiere ser un reflejo, una aproximación a ese momento en
que una voz rompe el silencio y surca el aire en vibrante
oración.
VENABLO ENAMORADO
¡Da la orden, capataz!
Para el paso, costalero,
que Cristo quiere
escuchar
la oración del saetero.
El gentío se ha callado,
las trompetas enmudecen,
el sentido, enajenado
y el alma que se
estremece.
El cante, surcando el
aire,
es venablo enamorado,
que quiere tapar la
sangre
que mana de su costado.
Saeta por seguirillas,
no hay oración más
hermosa,
para secar las mejillas
de una Madre Dolorosa.
¡Da la orden, capataz!
Levántalo, costalero.
Que ya termina, llorando,
Su oración el saetero.
Pepe
Más y mejores historias sobre la Semana Santa, las podeis encontrar en el blog de nuestra amiga y compañera de letras,
Lucía