No me resulta posible destacar un objeto que me recuerde a ti de una manera especial. Estás presente en todas y cada una de las cosas, en todos y cada uno de los momentos, en el aire que respiro y en el espacio que ocupo. ¿Cómo podría ser de otra manera?.
Pudiera mencionar, tal vez, como exponente de tu enorme generosidad, el bolso de Valentino, excesivamente caro para tu condición de mileurista, que le regalaste a mamá en Reyes, días antes de que un accidente fatal te alejara de nosotros para siempre.
Mamá lo utiliza poco. Aunque al principio no había fuerza humana que la hiciera desprenderse de él. Ahora no. Ahora lo guarda como oro en paño, con un enorme celo y sólo lo utiliza en fechas muy especiales siempre relacionadas contigo. El aniversario de tu fallecimiento, el día de tu santo, el día de tu cumpleaños.
Son muchas las circunstancias que, como un cordón umbilical, me llevan continuamente a ti, pero hoy quiero quedarme solamente con algunos recuerdos que, a modo de pinceladas describan a la persona inteligente, generosa, soñadora y genial que siempre fuiste.
Destaco de ti, por encima de todo, tu enorme inteligencia. Viene a mi memoria la anécdota de un notable en Filosofía en aquella ocasión en que teniendo que hablar de Kant, sin haberlo estudiado en absoluto, acudiste a argumentar con tu fácil verbo, partiendo de tus conocimientos en geometría descriptiva. Al profesor (y me lo confesó más tarde), le convenció por completo tu capacidad para improvisar toda una argumentación filosófica a partir de una disciplina tan alejada de esta.
Inteligencia que te hacía igualmente ser ingenioso y muy agudo, dotándote de una mordacidad y acidez que, en algunas ocasiones eran motivo de malestar para los que éramos objeto de las mismas.
Continuamente añoro tu condición atlética. Te recuerdo mucho como base de un equipo de baloncesto, poniendo desde tus escasos 1,73 cm, tapones impresionantes a pivots cercanos a los dos metros de altura o asfixiando a tus contrincantes con una defensa tan férrea que en más de una ocasión abandonaban la cancha llorando de impotencia.
Una vez viniste a una jornada de senderismo a Sierra Nevada para subir al Trebenque.
Yo tenía ciertas dudas, pero se despejaron cuando te ví enfilar la cuerda de la montaña y sacarnos al que menos, una ventaja de veinte minutos, a pesar de que íbamos con un grupo de senderismo experimentado. Cuando llegamos a la cumbre, ya habías terminado de comer.
Tus amigos me contaron algunas anécdotas en torno a esa genialidad que todos admirábamos.
Dos de ellas tienen que ver con ocasiones en las que sufristeis el asalto de maleantes a altas horas de la madrugada.
En la primera ocasión, en presencia de tus amigos, asustados por tu osadía, retaste al atracador a una carrera hasta un punto alejado, a cambio de vuestras escasas pertenencias. Pudo costarte un serio disgusto, pero sólo te costó lo que llevabas, porque resultó que el atracador, acostumbrado a salir por pies en situaciones de emergencia, te ganó aunque por poco, la carrera.
La segunda tuvo como escenario el puente romano. Tuviste un rato detrás tuya a dos jovencitos montados en un vespino, empeñados en robarte. Al cabo de unas cuantas carreras, de unos cuantos quiebros y cambios de dirección, hastiados de perseguirte sin éxito, desistieron y desaparecieron para siempre.
Otras tienen que ver con tu puesto de trabajo como aquella ocasión en que recibiste una carta del Departamento de Personal de tu empresa, en relación con dos o tres días que llegaste algo tarde por haberte quedado dormido. Tenía tu carta justificativa tanta ironía, agradeciendo a la empresa el interés que mostraba por ti, mostrándote dispuesto incluso a comprar dos o tres despertadores más, tanta mano izquierda, tanta guasa entre lineas, que tus compañeros te aconsejaron no enviarla y dudaban seriamente de que lo hicieras, pero lo hiciste y por suerte para ti, sin consecuencias.
Capítulo aparte merece tu forma de vestir. Por la mañana chaqueta y corbata, por imposiciones del guión. Por la tarde, vaqueros algo caidos, camisetas de todo tipo, zapatillas deportivas y muñequeras. También en eso eras transgresor. Burlonamente eras capaz de ponerte una camiseta con la hoz y el martillo, al tiempo que lucías una muñequera con los colores de la bandera republicana en una muñeca y en la otra muñeca una con los colores rojo y gualda. Era este capítulo, el de tu ropa, el único en que no eras generoso en absoluto. No consentías compartirlas con tus hermanos. Ahora estarás enrabietado, porque casi toda tu ropa ahora la lucen, no sólo tus hermanos sino también tus amigos.
Apasionado de los comic, de los juegos de rol, hasta el punto de montar con un amigo, persiguiendo vuestro sueño, una de las mejores tiendas que, en ese género, existen en Córdoba. También estás presente cuando veo las colecciones de Sandman, de Naruto, y de tantos personajes extraños para mí pero que formaban parte de tu mundo.
Estoy, estamos tan llenos de ti que no es fácil elegir solamente un detalle, un objeto, una circunstancia que al verla nos haga recordarte, porque no se puede recordar aquello que nunca se ha ido.
Creo necesario aclarar, que esta entrada está dedicada a mi hijo y no a ningún hermano. Al mencionar el bolso regalado a mamá, me refería a mi esposa de una forma cariñosa, pero soy consciente de que ha podido dar lugar a equívocos. Pido disculpas por ello.
Más relatos en el blog de GUS
Poema 2.440 (Sombras)
Hace 11 horas