Desde los albores de la
humanidad, desde los primeros pasos del hombre sobre el Planeta
Tierra, este ha luchado por dominar y domesticar a la
Naturaleza, por hacerla suya, por ponerla al servicio de sus
intereses
En la legítima
aspiración humana al confort y la comodidad, hemos utilizado los
recursos naturales, esos que la Naturaleza nos ofrece generosa, de
una forma bastarda y desleal, la hemos maltratado, ignorado, hemos
equivocado el camino de la convivencia, el de la coexistencia
enriquecedora y continuamente estamos creando las condiciones hacia
su agotamiento y aniquilación total. Le damos el trato que se le
dispensa a una mala madrastra, a la que siempre ha sido una generosa
madre.
Los cuatro elementos
fundamentales de los que ya nos hablaban los clásicos, tierra, aire,
fuego y agua están sufriendo la permanente agresión humana,
galopante miopía, casi ceguera, que distorsiona gravemente su
necesario equilibrio, su deseable armonía.
Las grandes masas
forestales desaparecen, erosionando y desertizando la tierra, el aire
se contamina, la atmósfera se enrarece y calienta, los hielos
perpetuos dejan de serlo con el consiguiente aumento del nivel de las
aguas, el fuego, provocado la mayoría de las veces, en su avidez,
arrasa con toda forma de vida, vegetal o animal que se encuentre al
paso.
Los rios, mares y oceános
son colonizados por una nueva fauna fruto de la acción humana, una
marea química y plástica, inmune al paso del tiempo que se
incorpora a la cadena alimentaria de sus legítimos moradores.
La acción de la lluvia,
que debería ser siempre beneficiosa, cada vez con mayor frecuencia
es dañina y perjudicial. El agua, sobre la tierra esquilmada,
erosionada, busca, como lo ha hecho siempre, su camino, ese camino de
siglos, de milenios, trazado con infinita paciencia y que ahora se
encuentra a menudo salpicado de construcciones humanas, fruto de la
inconsciencia cuando no de la codicia sin escrúpulos. De esta forma,
lo que debería ser fuente de fertilidad y vida, lo es de
destrucción y muerte.
Esa, y no otra, es la
verdadera catástrofe natural, la catástrofe de dimensiones
planetarias que el hombre, con su soberbia, con su ambición
desmedida, con su ceguera suicida, está provocando como un mal hijo y peor inquilino,
en la casa común que nos da cobijo pero que es patrimonio de todos
los seres vivos.