En la confortable y acogedora soledad de su cuarto, en compañía de su gato Lucifer, sin más luz que la de la lámpara del escritorio, terminó de dar forma a las cartas que redactaba para sus dos amores.Lucía y Clara.
En ellas les manifestaba su amor incondicional y cuando podría tener lugar su próximo encuentro. A su manera, se consideraba un romántico y le gustaba la correspondencia amorosa, tradicional, con acompañamiento floral, lejos de los modernos modos de comunicación.
No estaba en absoluto orgulloso de su situación actual. Se sabía culpable, pero sólo de amar a dos mujeres. No había podido evitarlo. Tampoco lo había querido evitar. Sucedió, eso es todo.
Toda su fuerza de carácter, toda la determinación de que hacía gala en numerosas ocasiones, se diluía como un azucarillo en café hirviendo cuando se plaanteaba aclarar con ellas esa relación a dos bandas. Ninguna sabía de la existencia de la otra.
Ambas vivían en ciudades alejadas entre sí. Su trabajo en una multinacional de la industria farmacéutica como visitador médico, le permitía estar con ambas una vez por semana en diferentes días, cuando le tocaba visitar la zona donde cada una de ellas vivía.
Absorto en sus pensamientos, no pudo evitar que Lucifer, jugando, tirara al suelo las cartas que acababa de redactar y los sobres de las mismas. Estaba a punto de consumarse la hecatombe.
Precipitadamente, metió las cartas en los sobres, se encaminó a la floristería, encargó rosas rojas y concertó la entrega de las cartas a sus destinatarias junto con las flores adquiridas.
Dias después, fué consciente, después de airadas llamadas con la consiguiente e inapelable ruptura, de que había intercambiado las cartas. Como dice el refrán, dos sillas y sentado en el suelo. Ya se sabe: “cundo Lucifer mete la cola...”
Más historias referentes a las consecuencias de que el diablo meta la cola en el blog de nuestra amiga