Felicitación navideña 2020

Felicitación navideña 2020
Creación de Mónica (Neogéminis)

Seguidores

13 de abril de 2011

Una convocatoria literaria:Este jueves un relato: relato histórico.




Este relato sólo tiene de histórico la ambientación, pero me apetecía enormemente situar una historia en el contexto de la Córdoba califal, concretamente en Medina Azahara. Os dejo este relato, algo extenso, apelando a vuestra comprensión y con la esperanza de no cansaros demasiado.


LAS LAGRIMAS DE ALA

Agotado, harto ya de deambular sin rumbo, a solas con sus pensamientos durante toda la noche, recaló en aquella taberna cercana a la Mezquita Catedral.

Necesitaba olvidar y pensó que tal vez la bebida fuera un bálsamo adecuado para difuminar  las ideas que, de forma obsesiva, acudían una y otra vez a su torturada mente.

La taberna estaba ubicada en una calle cercana a la Mezquita, en plena judería cordobesa. Era un magnífico exponente de la taberna antigua. Un mostrador al fondo, de madera barnizada, desgastado por el tiempo, con marcas de colillas mal apagadas en sus bordes, pero brillante por el uso. En la pared del fondo, empotrados en ella, con sólo la tapa de los mismos sobresaliendo, tres grandes toneles de vino. Por encima de ellos, estanterías con antiguas botellas de las más variadas bebidas. En las paredes laterales, carteles de feria, fotos de toreros y cabezas de toro disecadas. Pequeña, de mobiliario humilde, pero limpia, muy limpia.

Apoyado en la barra, las dos primeras copas de brandy fueron apuradas de un solo trago. Después, la tercera la fue consumiendo lentamente mientras que, con la mirada perdida,  rememoraba todo lo acontecido en su vida durante los últimos dos días. 

El tabernero era un hombre de considerable edad, casi anciano. En su rostro, la expresión de aquel que se ha curtido en el trato con todo tipo de clientes la mayor parte de su vida. Esa experiencia fue la que le llevó a preguntar abiertamente a aquel extraño cliente por el motivo de su tristeza.

Tal vez fue por la cantidad de alcohol ingerida unida a su falta de costumbre, o porque el solícito tabernero le inspiraba confianza,  o quizás porque necesitaba una válvula de escape para sus atormentados pensamientos, pero lo cierto es que, a corazón abierto, habló sobre su vida y sobre los motivos que le habían conducido a su actual estado de ánimo.

Rememoró los tiempos en que con tan sólo unas pocas pertenencias, llegó a Córdoba con la esperanza de lograr una vida mejor, de la trágica muerte de su mujer, de sus años de dura lucha para sacar adelante y dar una esmerada educación a su única hija.

Aunque la congoja hacía que las palabras le salieran entrecortadas, estas rebosaban  amor y orgullo de padre. Habló de sus desvelos, de cómo la había visto crecer, de cómo a fuerza de sacrificios había conseguido que tuviera una sólida formación humana y académica, estando a punto de terminar sus estudios de Medicina.

Llegado a este punto, finalmente le confesó al tabernero el motivo de su tristeza.

Su princesa, su niña, le había contado que estaba enamorada de un joven de color, emigrante ilegal, sin permiso de residencia, de religión musulmana, actualmente sin trabajo, del que se había quedado embarazada. Le comunicó su decisión de posponer para más adelante la continuación de sus estudios y el deseo de ambos de buscar trabajo urgentemente, para lograr la independencia económica e irse a vivir juntos de forma inmediata.

Su respuesta ante tal cúmulo de nuevos acontecimientos que chocaban frontalmente con los proyectos de futuro y con los sueños largamente acariciados para ella, fue intransigente, colérica y visceral. Fuera de sí, le pidió, más bien le exigió, que abandonara a ese chico y que se deshiciera de la incipiente criatura que albergaba en su vientre.

La reacción de la joven fue fulminante. Abandonó la casa paterna con honda tristeza, pero con firme determinación. El la había educado, le había dado esa fuerza de carácter y sabía que no retrocedería ante nada ni nadie, ni siquiera por el.

Desde entonces, se debatía entre el deseo de ir en su  busca para acogerla y darle protección como siempre, la obstinación en pensar que había actuado de la mejor manera en defensa de los intereses de ella y la honda tristeza que le provocaban la frustración de sus esperanzas y el presagio del futuro incierto y duro que le intuía.

Al término de este relato, el tabernero con una sonrisa comprensiva y echándole el brazo por los hombros, le hizo una extraña proposición. Le dijo que si no tenía prisa, le gustaría mostrarle algo en el patio de su casa. Extrañado, asintió. Después de cerrada la taberna, ambos atravesaron  un pequeño corredor que daba acceso al patio interior de la vivienda.

Este era un espacio porticado al estilo de los viejos patios de las casas cordobesas. En sus paredes, blancas de luz y cal, decenas de macetas ponían el contrapunto de color a tanta blancura y le aportaban belleza y serenidad.

En el centro del patio un pozo dotaba de frescor al conjunto. En uno de los extremos del mismo,  crecía aquello que el tabernero quería mostrarle.

Se trataba de una planta de tallo leñoso cuyas flores lucían sencillamente hermosas. De color rojo y textura aterciopelada, sus pétalos estaban salpicados de máculas azul celeste cuya forma se asemejaba a la de las lágrimas. El intenso aroma que desprendían, resultaba embriagador.

Para contarle la historia de esta planta, -dijo el tabernero-, necesitamos viajar con la imaginación a las estribaciones de nuestra sierra, concretamente a Medina Azahara, y remontarnos en el tiempo hasta el año 965.

En el edificio destinado a vivienda de los visires, en esta hermosa ciudad palatina residencia de Abderramán III y de su hijo Alhakén II, vivía Zoraida, bellísima joven hija del gran Visir Ya´far, mano derecha del califa.

Era tanta la adoración que el Visir sentía por su hija, tanto el miedo a que le ocurriera algo malo, que extremaba su celo teniéndola poco menos que enclaustrada en sus habitaciones sin más compañía que la de una doncella y sin más visitas que las de los profesores que la instruían en las distintas disciplinas artísticas de la música, la danza,  la poesía, o el canto.

Se asomaban estos aposentos a un extenso y cercado jardín repleto de rosales, jazmines, plantas aromáticas y árboles frutales como naranjos o limoneros.  

Al cuidado de tan hermoso vergel, estaba Hakîm,  joven, apuesto y enamorado de Zoraida a la que veía asomarse frecuentemente a la ventana a contemplar el jardín, pero sin mostrar ningún signo de interés o desinterés por su persona.

Una noche, espoleado por ese amor que lo consumía, tuvo la valentía, el coraje o la insensatez de arrojar a los aposentos de la princesa una rosa y, envolviendo su tallo, un poema de amor.

Pasó todo el día siguiente con el corazón en un puño. Había puesto su vida en peligro, pero no le importaba. Temía mucho más la reacción adversa de Zoraida ante tamaño atrevimiento, pero nada de esto sucedió. Por el contrario, al atardecer, su dama se asomó a la ventana mostrando una complacida sonrisa  que iluminaba su semblante.

Desde ese instante, se sucedieron los poemas, las miradas, las sonrisas cómplices, los encuentros a hurtadillas con la colaboración de la doncella, la felicidad de ambos y finalmente, el embarazo de Zoraida.

Por mucho que quiso ocultarlo, llegó el momento terrible que ambos esperaban y temían. El Gran Visir se enteró, montó en cólera, le arrancó por la fuerza el nombre de su enamorado y allí, en el jardín testigo de tantos momentos de entregada pasión, acabó con la vida de Hakîm.

En la fértil tierra, se mezclaron las amargas lágrimas de los azules ojos de Zoraida, con la sangre del apuesto jardinero.

La desconsolada joven se dejó morir de inanición, negándose a comer y a vivir ante la desesperación de su padre que asistió impotente a la muerte de su hija. Nefasta consecuencia de su incomprensión y de su ira.

En el sitio donde ambos se amaron y Hakîm murió, el arrepentido padre enterró a los enamorados juntos, unidos para siempre. En la siguiente primavera, en el jardín ya abandonado, justo en el sitio donde los amantes fueron enterrados, brotó una planta desconocida hasta entonces, preciosa y extraña, igual a esta que ahora contemplamos en mi patio.

La imaginación popular le puso el nombre de “Las lágrimas de Alá”, pues aseguraban  que Alá también lloró, y que sus lágrimas se mezclaron con las de Zoraida y con la sangre derramada de Hakîm, al ver como la intolerancia de un ofuscado padre, había acabado con sus designios de unir a un humilde jardinero con una noble y hermosa joven.

Terminada la historia, un sincero abrazo selló la despedida del atribulado padre. Conmovido, volvía a su casa más sereno con la idea de rectificar el daño hecho, pensando que la felicidad no siempre sigue el camino que nosotros nos empeñamos en trazar.

Al cabo de un tiempo, con su hija felizmente casada, nuestro protagonista volvió sobre sus pasos para mostrarle al tabernero su agradecimiento. Estuvo dando vueltas infructuosamente en la búsqueda de la antigua taberna, pero no halló ni rastro de ella. Cuando estaba a punto de abandonar, el neón de una moderna cafetería se encendió e iluminó su rostro. “Las lágrimas de Alá”, era el nombre de aquel establecimiento. Entró para confirmar sus sospechas. Nada que recordara a una vieja taberna, a un amable y sabio tabernero, a un viejo y florido patio. 

Pepe.
Más encuentros y desEncuentros con la Historia en el blog de GUS

15 comentarios:

  1. Pero qué lindo relato, Pepe!...una preciosa historia que contribuye a que mi despertar sea muy gratificante!...muchas gracias por ello!!!

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Me ha encantado el relato, supongo que el lugar, la historia y la belleza de las calles de tu ciudad producen esta magia, que hacen que lo que nos cuentan parezca totalmente real y creible...

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. !Pepe! lágrimas brotan de mis ojos.
    Desde una taberna, a un patio con mecetas, brota tu história de amores. Ningún padre puede dirigir la vida de la hija, los proyectos los trazan ellos y los defienden, es su derecho. Lo mismo hizo la dulce hija del Visir, enamorada, y ese amor le costó la vida a ella y al apuesto muchacho. No somos tan distintos a través de los siglos.
    Tragos amargos en el mostrador, para tener la suerte de encontrar a ese ser humano verdadero, capaz de abrirle los ojos !No llegó tarde ese padre a su reencuentro con la hija, el chico, el nieto!
    Buen sabor de boca me dejas y un aroma a Medina Azahara, y una flor delicada y las lágrimas del dios misericordia. Estamos condenados a entendernos los seres humanos, por encima de colores, maneras, razas.
    Hermoso relato, positivo, evocador, escrito con intensidad e imagenes, te felicito Pepe, amigo.

    ResponderEliminar
  4. Un precioso relato`Pepe, me ha encantado y me ha tenido embelesada hasta el final.
    Creo que el hombre al final rectificó e hizo lo correcto porque cuando los hijos comenten errores, los padres tenemos que estar ahí para ayudarlos y apoyarlos.
    Está escrito con soltura y bonita composición, palabras sencilla y nos ubicas en el lugar de la escena perfectamente.
    Te felicito Pepe de todo corazón.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Hola Pepe:

    La historia dentro de otra historia. Me ha recordado a los cuentos de la Alhambra, a las mil y una noches... Preciosa leyenda que explica el origuen de esa planta.

    Por cierto, a pesar de los harenes y las muchas esposas ¡qué distintos me parecen aquellos árabes y los de ahora!.

    Un placer visitarte.
    Hasta pronto.

    ResponderEliminar
  6. Te felicito por los detalles de ambientación, si se ha vivido en Córdoba casi se pueden nombrar las tabernas en las que has podido inspirarte.
    la historia se lee de un tirón a pesar de tu aviso de extensa que al final no lo es o no se aprecia tanto como puedas imaginar. Historia con un estilo común a muchas de las antiguas, escritas para enseñar, instruir y dar esperanzas.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  7. Que preciosa historia nos has contado desde ese marco tan bonito como es el de Cordoba, como dice ardilla quien nos gusta los cuentos de las mil una noche..etc..
    Genial historia.
    Primavera

    ResponderEliminar
  8. Pepe:
    EL relato está majestuosamente bien escrito.Es tu seña de identificacion en todo lo que publicas.
    La historia es como un cuento de aquellos buenos cuentos de la infancia(no los ñoños de Caperucita,Blancanieves...)y a mí me apasionan.
    Sin costarme nada leerlo ,si no todo lo contrario ,he aprendido algo más.
    Y la intolerancia de los padres ,crea en ocasiones reiteradas, desgracas a los hijos,pero también retorna el arrepentimiento.
    NO comparto ese comportamiento,pero sí comprendo el MIEDO del padre por otra cultura tan diferente a la nuestra.Mas el amor no entiende de culturas,solo de eso,amor.
    Excelente amiguco!Como siempre
    Besucos

    ResponderEliminar
  9. ¡¡¡Qué historia más entretenida y bonita Pepe!!! Está llena de vida, embrujo y amor que no tiene fronteras.
    Un beso

    ResponderEliminar
  10. ¡¡Alá te bendiga amigo!!
    Me has paseado por esos lugares de Córdoba que me enamoran (pasaré allí la Semana Santa)os has regalado una conmovedora historia de amor con final feliz, el amor no conoce fronteras, no podemos trazar la vida de nuestros hijos si no aceptar sus decisiones, dejarlos acertar o equivocarse porque su vida la trazan ellos, nuestra labor es quererlos, protegerlos, educarlos en valores, aconsejarlos, pero su vida es solo suya y no nos pertenece y aún en estos tiempos tienen que derramar los Dioses muchas lágrimas.
    Preciosa historia Pepe, bien contada y con ese sello que caracteriza tus escritos. Un beso

    ResponderEliminar
  11. Felicidades Pepe, es un relato magnifico, y de largo nada, a mí se me hizo corto. Tu hermosa tierra en primavera tiene que estar preciosa, no me extraña que te inspire este cuento tan hermoso. Besitos dobles.

    ResponderEliminar
  12. Que bonita historia Pepe, cuidada hasta el máximo detalle. Ese amor de padre que por tanto querer proteger puede incluso perder a quien tanto ama. Dificil soltar amarras cuando se trata de los hijos, pero necesario hacerlo. Me gustó mucho.
    !Córdoba es lo que tiene! un embrujo que enamora.

    ResponderEliminar
  13. Gracias Pepe por tan bonito y sentido relato! Me llegan los aromas de un patio florido y la frescura de una fuente cantora.
    Hermoso!
    Besos

    ResponderEliminar
  14. La historia rica en imagenes, aromas, sentimientos, culturas, como lo es tu propia ciudad. Fascinante y mágica como Cordoba.
    Me ha gustado mucho.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  15. Pepe,me encantó tu relato,muy hermoso.
    Cuídate mucho,yo lo intentaré.
    Besos.

    ResponderEliminar

Dejaron huella de su paso: