Felicitación navideña 2020

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11 de diciembre de 2016

Una triste despedida


Hoy estoy triste. Hago mía la tristeza de mis amigos Luci y Curro, porque la amistad nos lleva a eso, a hacer nuestros los sentimientos de aquellos a los que amamos. Pero estoy triste no solamente por ellos, sino también porque he perdido a una querida amiga. Con ellos esta amiga ha convivido 18 años. Ha sido muy querida, creo que esos dieciocho años han sido de felicidad aunque nunca se lo llegué a preguntar, sabedor de que no iba a obtener respuesta, pero lo sé, porque fué querida, mimada, cuidada, atendida hasta en la más mínima de sus necesidades y esos mimos y cuidados siempre nos proporcionan felicidad.

Toñi, mi mujer también la quería y mucho. En momentos muy difíciles y trraumáticos para nosotros, ella con un instinto especial del que estaba dotada, supo estar cerca de mi mujer y fué con su comportamiento, un apoyo, un consuelo más para superar un escollo que creíamos insalvable.

Anoche murió Linda. Una preciosa perrita de raza bretona, una más en la familia de mis amigos. Vienen a mi memoria tantos momentos compartidos con ella, que no puedo evitar que mis ojos se enturbien recordándolos. La de veces que le he dado trozos de jamón o de queso por debajo de la mesa, a escondidas, esquivando la vigilancia de Lucí, siempre vigilante de su dieta. La de veces que la he llevado en el coche, camino de la playa, a sabiendas de que después tenía que estar horas quitando pelos de los asientos, las muchas ocasiones en que he jugado con ella.

La foto que acompaña mi entrada, la tomé la semana pasada. Hace tiempo que perdí la fé, pero si existe un cielo para perros, tengo la completa seguridad de que Linda está en él, triste y apesadumbrada por la pena que nos deja.

8 de diciembre de 2016

Este jueves un relato: "PERDIDOS"



Recién llegado de una breve escapada a una casa rural, sin tiempo material para participar en el jueves literario con una nueva aportación, acudo a una entrada que realizé en el 2010, la cual creo que responde perfectamente al tema propuesto por nuestra amiga y compañera de letras Charo.


Era un día tormentoso. Confortablemente instalados dentro de casa, con el ruido de fondo de los truenos y de la intensa lluvia, con el exterior iluminado intermitentemente por los rayos, terminada ya la cena, cada uno de nosotros se afanaba en las tareas cotidianas.


Nuestros tres hijos mayores, ultimando los deberes antes de irse a la cama, Toñi y yo recogiendo la cocina y el pequeñín…. el pequeñín no estaba. ¡Saltaron todas las alarmas!.


Hacía sólo un momento que lo habíamos visto correteando por el pasillo de la casa y de pronto, repentinamente, había desaparecido.


Comenzamos por mirar en todas las habitaciones. Debajo de las camas, detrás de las cortinas, dentro de los armarios,… no estaba. A pesar de que las terrazas tenían las persianas bajadas, las subimos, abrimos los cierres de cristal pero no estaba.


Miramos dentro de los armarios cerrados con llave, pero no, el pequeño no estaba.


Nuestra desesperación iba en aumento. Salimos al descansillo de la escalera, pero ni rastro del pequeño. Subimos a la terraza del edificio a la cual no se puede acceder sin llave, pero, naturalmente, no estaba.


La inquietud y el miedo se iba apoderando de nosotros, haciendo que nuestro comportamiento fuera por momentos errático, irracional  y falto de sentido.


Bajamos al jardín, rodeamos dos o tres veces el edificio bajo la lluvia, con la esperanza de verlo aparecer en cualquier momento. Nada.


Al borde de una crisis de ansiedad, presos de los nervios, a punto de llamar a la policía, imaginando la existencia de fuerzas maléficas o seres extraterrestres, el sonido del timbre en nuestra puerta nos disparó hacia ella de una manera fulminante.


Abrimos y allí estaba, del brazo de María Fernanda y su hermana Moni, dos vecinitas algo mayores que Alejandro, nuestro pequeño.


Al parecer, había conseguido abrir la puerta del piso, cosa que nunca antes había hecho, y coincidió con ellas que inocentemente se lo llevaron a su casa para jugar. A su madre le dijeron que nosotros lo sabíamos.


No me pude contener. Le dí un cachete tan intenso, como los innumerables besos y abrazos que le dí a a continuación. Ha sido la única ocasión en que le he dado un cachete a uno de mis hijos, y aún me duele.

Podeis leer y saborear más historias sobre el tema PERDIDOS en el blog de nuestra amiga  Charo

2 de diciembre de 2016

Este jueves un relato: Erase una vez...

Nuestra amiga Inma nos invita a realizar nuestra propia versión de algún cuento clásico. ´Me apetecía, sin embargo, crear mi propio cuento, aunque lo he tenido que escribir de forma condensada, dada la frontera de las 350 palabras que no debemos traspasar, salvo en ocasiones muy justificadas.

EL ARCA DE LAS TRES LLAVES

Erase una vez... , porque así es como comienzan muchos cuentos clásicos, un país perdido, más allá del arco iris, donde reinaba con sabiduría y prudencia sin igual , un hombre bueno, justo y viejo, extremadamente viejo.

Tenía este anciano rey dos hijos distintos como el día y la noche. El primogénito, fuerte, soberbio, altanero, déspota y ansioso porque su anciano padre abdicara el trono a su favor. El más pequeño, por el contrario era, al igual que su padre, mesurado y bondadoso, culto e inteligente y, desde luego, nada preocupado por heredar el trono cuando este quedara vacante.

Con la salud quebrada y lleno de inquietud por dejar su reino en las mejores manos, reunió a sus dos hijos y les propuso el siguiente desafío cuyo ganador sería el heredero al trono.

Dentro de este viejo arca que aquí veis con tres cerraduras, están la corona y el cetro que acredita a su poseedor como legítimo rey. Las llaves están en distintos lugares de mi reino. Abdicaré a favor de aquel que las consiga. Partid y no os preocupeis por encontrarlas, ellas os encontrarán a vosotros.

Asi lo hicieron partiendo primero el mayor, cuestión de jerarquía, con una semana de diferencia.

Durante su largo viaje, un mendigo que le pidió limosna, un enfermo que le solicitó cuidados, un exhausto anciano que le imploró compartir su cabalgadura, tuvieron como respuesta su desprecio más absoluto, ¡ Era el hijo del rey!, ¿como se atrevían a dirigirse a él?. Su hermano, por el contrario, compartió su comida con el mendigo, curó y cuidó al enfermo, caminó junto a su caballo para que el anciano, montado en él, descansara de los rigores del camino. De cada ellos, a cambio de su generosidad, recibió una llave, las mismas llaves que abrirían el arca de las tres cerraduras facilitándole por sus innegables virtudes, su coronación como rey, con el beneplácito de su anciano padre. 
Más versiones de los cuentos de siempre las podreis encontrar en el blog de nuestra amiga Inma