Recién llegado de una breve escapada a una casa rural, sin tiempo material para participar en el jueves literario con una nueva aportación, acudo a una entrada que realizé en el 2010, la cual creo que responde perfectamente al tema propuesto por nuestra amiga y compañera de letras Charo.
Era un día tormentoso. Confortablemente instalados dentro de
casa, con el ruido de fondo de los truenos y de la intensa lluvia,
con el exterior iluminado intermitentemente por los rayos, terminada
ya la cena, cada uno de nosotros se afanaba en las tareas cotidianas.
Nuestros tres hijos mayores, ultimando los deberes antes de irse a
la cama, Toñi y yo recogiendo la cocina y el pequeñín…. el
pequeñín no estaba. ¡Saltaron todas las alarmas!.
Hacía sólo un momento que lo habíamos visto correteando por el
pasillo de la casa y de pronto, repentinamente, había desaparecido.
Comenzamos por mirar en todas las habitaciones. Debajo de las
camas, detrás de las cortinas, dentro de los armarios,… no estaba.
A pesar de que las terrazas tenían las persianas bajadas, las
subimos, abrimos los cierres de cristal pero no estaba.
Miramos dentro de los armarios cerrados con llave, pero no, el
pequeño no estaba.
Nuestra desesperación iba en aumento. Salimos al descansillo de
la escalera, pero ni rastro del pequeño. Subimos a la terraza del
edificio a la cual no se puede acceder sin llave, pero, naturalmente,
no estaba.
La inquietud y el miedo se iba apoderando de nosotros, haciendo
que nuestro comportamiento fuera por momentos errático, irracional
y falto de sentido.
Bajamos al jardín, rodeamos dos o tres veces el edificio bajo la
lluvia, con la esperanza de verlo aparecer en cualquier momento.
Nada.
Al borde de una crisis de ansiedad, presos de los nervios, a punto
de llamar a la policía, imaginando la existencia de fuerzas
maléficas o seres extraterrestres, el sonido del timbre en nuestra
puerta nos disparó hacia ella de una manera fulminante.
Abrimos y allí estaba, del brazo de María Fernanda y su hermana
Moni, dos vecinitas algo mayores que Alejandro, nuestro pequeño.
Al parecer, había conseguido abrir la puerta del piso, cosa que
nunca antes había hecho, y coincidió con ellas que
inocentemente se lo llevaron a su casa para jugar. A su madre le
dijeron que nosotros lo sabíamos.
No me pude contener. Le dí un cachete tan intenso, como los
innumerables besos y abrazos que le dí a a continuación. Ha sido la
única ocasión en que le he dado un cachete a uno de mis hijos, y
aún me duele.
Podeis leer y saborear más historias sobre el tema PERDIDOS en el blog de nuestra amiga
Charo
Me has hecho leer a la carrera, poner en practica mi curso de lectura rápida, necesitaba saber el desenlace. Los niños nos juegan esas "bromas". Un abrazo
ResponderEliminarA mí aún me duele el cachete que me dieron por hacer lo mismo que tu hijo. de mayor se sabe lo mal que lo pasan los padres con estas diabluras.
ResponderEliminar<<<un beso.
¡Qué susto deben haber pasado! Mi hermana hizo algo similar, pero fue a la salida del colegio. Cuando mi padre nos fu a buscar, no estaba y fue poner patas para arriba todo y mi hermano y yo que andábamos sin saber qué hacer XD
ResponderEliminarFue llegar a casa con intención de ir a la policía y enterarse que ella se había ido a la casa de una amiga sin avisar.
¡Un abrazo!
Algún que otro cachete y zapatillazo en el pompi, me he ganado por fechorías parecidas. No puedo estar de acuerdo con esas reacciones: de hecho nunca las tuve con ninguna de mis dos hijas,pero no por ello dejo de reconocer que por haber recibido esas, llamemoslas reprimendas, mi juventud estuviese traumatizada, ni mucho menos.
ResponderEliminarBuen relato.
Saludos.
Has descrito con lujo de detalles una situación traumática por la que ningún padre desea pasar. Terrible! Un abrazo
ResponderEliminarA mí también me hicieron eso cuando siendo muy pequeñita me perdí en una playa de Santander según mi madre...yo no recuerdo absolutamente nada je,je. La verdad es que tiene que ser algo terrible, por suerte con mi hijo nunca me ha pasado.
ResponderEliminarMuchas gracias Pepe por participar.
Un beso
Esa clase de pérdidas es para dar una taquicardia a cualquier padre que pase por esta situación tan espantosa. Imagino tu desesperación. Menos mal su final fue feliz.
ResponderEliminarBeso
Lo contaste con elocuencia, tanto que lograste transmitir tu preocupación del momento a los lectores.
ResponderEliminarSaludos
Buenos días Pepe , que emotivo relato y lo mejor esos besos a tú hijo , pq lo anterior no es importante , lo verdaderamente es lo que os hizo sentir la ausencia por unos minutos de vuestro vástago , esa unión familiar por la búsqueda del pequeño Alejandro.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz resto de semana .
Que nervios me has hecho pasar....y es que los niños hay veces que parece que se van a otra dimensión, y ellos inocentes como si nada. Muy bien relatado tanto que me sentía junto con vosotros buscando al niño. Besos.
ResponderEliminarQué nervios...y qué sentimientos tan humanos eso de que aún duela el cachete...es muy natural...muy padre y muy de niño...ir a jugar...
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
¡Cómo te entiendo! ...mi hermano simuló tirarse de un precipicio, escondiéndose detrás de un muro, aún recuerdo el rostro de mi madre en un grito ahogado ...y luego ha recibido su buen cachetazo! ...y sinceramente, como hija y como madre, no creo que un cachete en una situación como la del relato, sea traumatizante... pero es un tema complejo.
ResponderEliminarExcelente relato!
Un beso.
Cuando estamos al límite, no medimos nuestros actos, afortunadamente, casi de inmediato, todo se calma
ResponderEliminarUn beso, PEPE