Me dirijo en autobús al
jardín botánico. Los domingos hay mercadillo de flores y a pesar
de mi avanzada edad y mi torpe caminar, me gusta deambular entre los
puestos y regatear con las floristas. Siempre acabo comprando alguna
maceta para el patio de mi casa. A mi edad me van quedando pocas
distracciones. Cuidar las flores es una de ellas.
Voy absorta en mis
pensamientos, distraida. Ayer tuve la visita de mis nietos, pero
Alvaro no vino con ellos. Es mi preferido y hace meses que no lo
veo. Siempre hay una razón que justifica su ausencia. Está con
gripe, tiene que preparar los exámenes, está de senderismo. Tal vez
esté enfadado conmigo por algo. No lo termino de entender ya que sé
que el cariño es mutuo. Puede ser que venga la próxima semana.
Se acerca la parada
próxima al río. Estamos bajando hacia él. Es hora de dejar mis
pensamientos por un rato y contemplar la majestuosidad del
Guadalquivir y su rivera desde la ventanilla. Es una delicia a la que
no quiero renunciar. Llegamos a la parada y ahí, en ella, está mi
nieto Alvaro. Me apresuro a bajar y no lo veo, tal vez me confundí,
quizás mis ganas de verlo y abrazarlo me hayan jugado una mala
pasada. Lo que lamento es que tendré que hacer el resto del camino a
pie.
De repente un griterío
atrona el espacio. Gente corriendo primero, sirenas de bomberos y
ambulancias inmediatamente después, se dirigen hacia el río donde
un autobús, el mismo en el yo viajaba, ha caido por un fallo en el
mecanismo de frenada. Mi hija vive cerca y hacia su casa me encamino
descompuesta. Al llegar cuento lo sucedido y mi hija sorprendida, con
lágrimas en los ojos, me confiesa que mi querido nieto había
fallecido hacía ya tres meses en un accidente de tráfico. Seguro
que allá arriba, desde un incierto lugar, en este momento, me está
mirando con una ternura infinita.
Este relato, pura
ficción, está basado sin embargo en hechos reales. El año pasado
se cumplió medio siglo de la caída de un autobús al río
Guadalquivir en Córdoba. Murieron once personas en el trágico
accidente, salvándose el cobrador y un usuario.
Hace ahora unos ocho
años, no recuerdo muy bien la fecha, era noche cerrada, mi hijo y su
novia aparcando de noche al borde de un barranco no visto por ellos,
posiblemente salvaron la vida gracias a la nítida aparición de una
persona que interponiéndose les hizo frenar a tiempo. Esa persona
era otro hijo mío fallecido en accidente de tráfico. Creo que este
episodio merecía la pena ser contado.
AMIGO PEPE. Ya he hecho lso deberes,pero como siempre con historias al margen. Espero que te guste mi aportación. Saludos.
ResponderEliminarhttp//:msalaportagmail.comblogspot.com.es
he colocado mI comentario en sitio equivocado.disculpa, he vuelto a entrar para decirte que tu historia es muy triste, pero la has sabido suavizar y te doy las gracias. aceptar una cosa así. solo esta al alcance de personas buenas y altruistas como tu. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarPepe, creo firmemente que hay sucesos que escapan a nuestro entendimiento. Esto que cuentas es un ejemplo que me ha conmovido, tanto por lo extraordinario como por lo íntimo que resulta ser la anécdota de cierre.
ResponderEliminarMe encantó leerlo.
Un abrazo
Si ya de por si la historia conmueve e inquieta ¿qué decir de lo que nos cuentas al final? Besos
ResponderEliminarSe me han puesto los pelos de punta con la parte final, eso demuestra lo que yo pienso que desde donde estén siguen protegiéndonos.
ResponderEliminar¿Como te habrá costado revivirlo,pero estoy contigo en que esta experiencia, aunque mala había que contarla, para sanar el corazón.
Y en otro orden de cosas... ¡50 años ya de lo del autobús! gracias por tu recuerdo como homenaje a ellos.
Un beso, Pepe.
Querido Pepe,
ResponderEliminarMe encantó tu relato aunque al final me dejó un tanto triste. No recordaba lo del accidente del autobús. ¡Qué tragedia!
Sabía lo de tu hijo. Siempre he creido que la muerte de un hijo es la pérdida, la muerte más dolorosa de todos. Admiro tu entereza. Segura estoy de que tu fe te ha ayudado a salir adelante. Gracias por compartirlo.
Esta vez he decidido participar con unas líneas, muy negras y sin la belleza de este entrañable personaje que es esta abuela, pero es lo que me ha salido hijo. Cuando lo cuelgue, te paso el enlace. Un abrazo amigo
Ahí va guapetón: http://instantesdeluzymar.blogspot.com.es/2016/01/este-jueves-un-relato-sucedio-bordo-de.html
ResponderEliminarHa sido duro pero precioso, saber que aun cuando no estan siguen ahí protegiendonos y cuidandonos. Un final muy intimo gracias por compartirlo. Besos.
ResponderEliminarUn relato íntimo y conmovedor, el final me dio tristeza. Ellos siempre están con nosotros, jamás nos dejan aunque no podamos verlos físicamente. Un placer leerte.
ResponderEliminarSaludos
Son nuestros ángeles, yo tengo dos que me cuidan desde allá arriba y cuando estoy mal vienen a verme... es algo raro de contar y loco de creer pero así es... es algo único y mágico verlas, sentirlas cerca mío y ese dolor de echar de menos se vuelve más flojo cuando están...
ResponderEliminarTu relato es algo tan impactante como hermoso, siempre cuidando de nosotros...
Besines Pepe...
Podría ser una historia de La dimensión desconocida, con su cuota de drama, pero también de esperanza.
ResponderEliminar¿Así que se basa en algo real? La realidad tiene esas cosas sombrías y a la vez demuestra que es más extraña de lo que se supone que es la realidad.
Un abrazo.
Quiero creer Pepe, que no se van, que siguen con nosotros de otra forma, en otra dimensión, pero están.
ResponderEliminarBonita historia, muy bonita.
Besos.
Esta semana me he despistado, sino tal vez hubiera participado.
ResponderEliminarUn relato basado en hechos reales, gracias por compartirla, Pepe.
Un beso grande.
La historia de tus hijos me ha puesto el vello de punta de la emoción, no tengo ni idea si habrá otra vida después de esta pero historias así te hacen creer que sí. El relato es fantástico, emocionante y triste...qué pena de la pobre mujer, enterarse así de la muerte de su nieto.
ResponderEliminarUn beso
Pepe me has emocionado muchísimo... creo fuertemente en estos "ángeles" custodios.
ResponderEliminarFuertes, muy fuertes tus letras hoy.
Un beso... y un abrazo.
Como siempre que te he leído, he disfrutado con la forma y el fondo de tu relato. Siento muchísimo la pérdida. Te mando un afectuoso abrazo y quedo con ganas de seguir leyéndote.
ResponderEliminarUn fantástico relato Pepe. Yo si que creo que hay alguien, llamémosle espíritu u otra cosa está en el sitio adecuado para advertirnos del peligro. Seguro que tú hijo estaba allí, seguro.
ResponderEliminarUn abrazo
Un relato triste y fantástico. Una ficción en la que abandonarse. Un contexto increible para el que se necesita una fe y una experiencia que no tengo. Pero que pellizca y duele. Abrazos
ResponderEliminarUn vuelco en el corazón es lo que he sentido...sin palabras, amigo, sin palabras
ResponderEliminarUn fuerte abrazo