Reedito este relato ya que son muchos los amigos jueveros que se han ido incorporando desde que lo publiqué allá por Marzo de 2010.
El sonido del reloj le instó a levantar los ojos.
Las doce de la mañana. Miró a sus compañeros. Las mesas de trabajo,
perfectamente alineadas y jerarquizadas. Al fondo, dominándolo todo, el
Director del Departamento. Delante, tres mesas para otros tantos oficiales
administrativos, y delante de estas, a su altura, cinco mesas servían de lugar
de trabajo para cinco auxiliares entre los que se encontraba. Aparte del tamaño
de las mesas y la posición jerarquizada de las mismas, nada les diferenciaba en
el aspecto personal. Ellos con traje gris, camisa blanca, discreta corbata,
pelo corto, zapatos brillantes. Ellas, traje de chaqueta, camisa de seda,
zapatos de tacón medio, discreto maquillaje y perfectamente peinadas.
En todas las mesas, expedientes perfectamente
amontonados, las mismas pantallas de ordenador, ubicadas en el mismo extremo de
las mesas. La luz, blanca y uniforme.
Cada uno de ellos conocía a la perfección el
trabajo a desarrollar. Era el mismo de ayer, el mismo del año anterior,… el
mismo de siempre. Así desde el día que se sentó por vez primera en su mesa de
auxiliar, hacía ya quince años.
Reinaba la calma, habitual y monótona. Sin
embargo, una extraña sensación de ahogo comenzaba a apoderarse de él. Primero
fue un ligero estremecimiento. Después un sudor frio empapó todo su cuerpo. Poco
a poco, el sentimiento de ahogo fue a más y comenzó a faltarle la respiración
hasta que estalló su personal tormenta.
De un manotazo, arrojó al suelo la pantalla y el
teclado de su ordenador. Los expedientes que un momento antes se amontonaban en
perfecto orden en un extremo de su mesa, volaron por los aires y un tremendo
grito liberador, puso fin a ese sentimiento de ahogo que le impedía respirar.
Le dijo al director, saltándose el orden
jerárquico que se iba, y se fue. No quizo oir la oferta de vacaciones, tampoco
quiso que lo despidieran lo que le hubiera permitido cobrar el subsidio de paro.
Sólo atendió a la imperiosa llamada de su corazón y se marchó.
Sus compañeros lo vieron semanas más tarde en una
feria de artesanía. Vendía collares elaborados por él. Su atuendo en nada se
parecía al “uniforme” de trabajo que ellos conocían tan bien. El traje había
sido sustituido por unos pantalones amplios de rayas moradas y rojas, la
camisa, por una camiseta de color indescriptible, la corbata había sido sustituida
por un collar, los zapatos por unas chanclas de cuero y al pelo le habían
crecido unas hermosas rastas. Lo que más llamó su atención, sin embargo, es que
su cara que antes reflejaba aburrimiento y tedio, lucía ahora jovial y
reflejaba en todo su esplendor una vida nueva nada insípida, la felicidad que adorna
la cara de los hombres libres.
Si quereis documentaros y recrearos en más vidas insípidas, acudid al blog de Maribel
Hay veces en que hay que decir ¡Basta! (recuerdo propuesta) y buscar algo distinto.
ResponderEliminarAhogado por la rutina, la vida programada segundo a segundo. Un grito liberador y a vivir la vida sin presiones.
ResponderEliminarNo lo había leído.
Un beso para ti y para Toñi.
A eso se le llama valentía, empacho de rutina, seguridad en uno mismo, tener las espaldas cubiertas...
ResponderEliminarMuy bueno, ojalá todos los que pretenden prosperar tuvieran esa oportunidad...
Un abrazo a los dos y un buen cafelito.
Coraje y fuerza en el relato y en la actitud del personaje.
ResponderEliminarNo hay como hacer lo que uno ama hacer....
No es fácil, pero ya lo habrá dicho Perogrullo, tenemos una sola vida!!
besos
No hay como ser uno mismo, sentirse realizado desde la satisfacción de hacer lo que nace de adentro. Toda esa fuerza contenida por el traje, la corbata, y ese aire impuesto, tenía que explotar tarde o temprano, Por suerte fue desde el lado de la liberación, a otros, muchas veces los ataca la enfermedad y la depresión,
ResponderEliminarTu relato es un grito de libertad, de esos que yo defiendo! Oh, sí! me sentaría a vender artesanías a su lado!
Besos!
Gaby*
Me ha encantado. Desde luego hay que ser valiente para tomar esa decisión; porque más de uno lo haríamos.
ResponderEliminarUn abrazo
Hay que arriesgarse al cambio para ser feliz.
ResponderEliminarMuy bien descrito el agobio de ese trabajador, casi puedes notarlo y todo. En general, yo diría, hay una correlación muy fuerte entre asfixia laboral y falta de creatividad en las tareas encomendadas. Es por eso que, generalizando tu idea, ese estallido sobreviene por haber encomendado al ser humano trabajos más propios de robots.
ResponderEliminarUn abrazo
Aguantar años encorsetado en las normas pide un cambio no solo por que hay una vida después de... sino por salud mental. Hay que trabajar para vivir, nunca lo contrario...
ResponderEliminarBesos!!
El homre hizo muy bién. cambió la insipidez por el desorden y la vida que le hacias mas feliz. Un cuento bonito y con moraleja. Es un placer leerte, querido Pepe.
ResponderEliminar¿quien no ha fantaseado con patear el tablero y ponerse un bar, o vender pulseritas en la playa? (para nosotros de Brasil), son muy pocos los que lo concretan...no hace falta preguntar a tu protagonista si cumplio su fantasía, se le ve en la cara!
ResponderEliminarGracias Pepe por tus lindas palabras que dejaste en mi casa, te dejo un gran abrazo
Recuerdo el relato, y mira que en aquel tiempoe ra juevero intermitente.
ResponderEliminarLo que cuentas en él es una reacción que, visto lo visto, es de cordura, ¿verdad?
Abrazos.
Juan Carlos, lo que no he dicho es que está basado en un hecho real. El.protagonista era compañero de trabajo mío.
EliminarHay que tener mucho valor para hacer lo hizo el protagonista de tu relato. Creo que a todos nos gustaría dedicarnos a lo que realmente nos gusta pero a veces la necesidad y las responsabilidades nos obligan a tener un trabajo insípido y desmotivador.
ResponderEliminarUn beso
Evidentemente noticiable y por supuesto relatable. La excepción confirma la regla y siempre hay un primer momento y una primera persona que rompe con el tedio y la uniformidad. Ya sucedió en masa en los '60 aunque luego se diluya como azucarillos en el café.
ResponderEliminarBuena y acertada recuperación del texto.
Abrazos
Vida insípida con final alegre y libre.
ResponderEliminarUn abrazo.
Fue valiente tu protagonista, dejarlo todo y empezar de cero, pero para él bien mereció la pena. Bien traido de nuevo el texto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Elegir la vida que queremos vivir parece fácil. Tu protagonista tomó el toro por los cuernos. Espero que lo haya disfrutado.
ResponderEliminarUn abrazo!