Concierto: (Según el DRAE en su primera acepción) Buen orden y disposición de las cosas.
Asistimos estos días, impotentes y asombrados, a las devastadoras consecuencias, en uno de los países más avanzados del mundo, de la incontenible fuerza de la Naturaleza. Todos los hados maléficos parece que se hubieran conjugado en contra del pueblo japonés. Un terrorífico terremoto de grado 9, un tsunami impresionante, una central nuclear que se desmorona, pueblos que ya no existen, tragados por la gula sin medida de una Naturaleza adversa, un número indeterminado de desaparecidos, miles de muertos, y un país que tardará años en olvidar y en reconstruir lo que la tierra y el mar le han arrebatado en un simple latido, en un desacompasado impulso de sístole y diástole de su maltrecho y maltratado corazón.
Y en medio de este caos, aunque pueda parecer paradójico, el buen orden y la buena disposición. El orden de un pueblo que vive incluso en estos momentos de apocalipsis para ellos, conforme a valores aprendidos desde la niñez, valores que forman parte de su filogénesis.
Sorprende a una mentalidad occidental, donde prima por encima de todo lo individual, la competitividad por el beneficio propio, por el primero yo, luego yo y después yo, el sentido tan arraigado de pertenencia al grupo, de la preponderancia del bien social sobre el individual, paradigma desde el cual hacer frente no sólo a los problemas internos sino a los externos, a los acontecimientos imprevistos, del pueblo japonés.
Escasean los recursos como el agua o la comida, por desabastecimiento, pero no hay pillaje ni se asaltan supermercados. Un orden riguroso en las colas, un aguante estoico e infinito, una disposición favorable a la aceptación de las normas y directrices de las personas con responsabilidad en cada momento, que impresiona y asombra.
Naturalmente que sienten, que se angustian, que el miedo, el dolor, la impotencia, hacen mella en ellos, pero la expresividad de todos esos elementos afectivos, es mínima. El caudal emotivo va hacia el centro de su propio corazón, es interior. No hay desorden, al menos aparente, no hay una disposición hacia el grito, el llanto desmedido, la histeria.
En medio de una Naturaleza cruel, de la desolación, del caos más absoluto, de un paisaje espectral, asistimos a un concierto tristísimo, casi un Requiem, donde la disonancia, la falta de armonía, de sintonía, debería de constituir la nota dominante y en el que, sin embargo, todos los instrumentos están afinados y todos los músicos, con una envidiable entereza, ponen el alma en la interpretación del concierto que hoy les toca, a modo de terapia salvadora que les llevará a superar, una vez más, otro triste episodio de su Historia.
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