Es difícil decidirse a
escribir sobre uno de los pecados capitales cuando se tienen todos.
Unos me ocupan más tiempo que otros, me esclavizan con más
intensidad, se adueñan de mí y vivo sometido a su yugo, otros
apenas si me rozan de soslayo, pero todos en algún momento, me han
poseido y han conducido mis actuaciones. A pesar de reconocer mi
dependencia, no tengo la conciencia de pecar cuando
circunstancialmente me invade la pereza, mucho menos aún cuando mis
papilas gustativas se dejan seducir por cualquier manjar, por muy
humilde que este sea, convirtiendo en gula lo que debería ser
frugalidad, si deseo atesorar emociones, amigos, experiencias,
momentos, ¿acaso peco de avaricia?, podría desgranar uno por uno
los siete pecados capitales y en todos y cada uno encontraría
motivos más que sobrados para someterme a su yugo sin tener por ello
mala conciencia. Sobre los demás, a años luz en el nivel de
permisividad que me concedo, está el pecado de lujuria. Es más, me
atrevería a decir sin ningún tipo de reparo, que no lo considero en
absoluto pecado sino placer de dioses, cuando nos sometemos a sus
dictados desde la libertad individual, exentos de una moral mal
entendida y desde la más absoluta devoción hacia quien es capaz de
despertar nuestros deseos carnales, hacia quien nos proporciona
momentos de una emoción inenarrable.
Es por ello que esta
semana atendiendo a la propuesta de nuestra amiga Charo, me he
decantado por resaltar este pecado que no lo es, en mi modesta
opinión, cuando nos somete desde la libertad soberana de sus
intervinientes. Y lo hago reeditando un soneto que publiqué allá
por el 2011 inspirado en la pequeña muerte, esa pérdida de
conciencia o desvanecimiento que a veces experimentan algunas
personas tras una experiencia sexual intensa.
LA PETITE MORT
Fluye sangre a los
cuerpos cavernosos.
Mil espasmos sacuden tu
hermosura.
Erizada la piel, febril
locura
de dos cuerpos unidos,
sudorosos.
Los alientos se tornan
jadeantes.
Los latidos, violentos,
desbocados.
Temblores de LUJURIA
desatados,
epilepsia sexual de dos
amantes.
Al vigoroso orgasmo
le sucede,
un desmayo fugaz, pequeña
muerte,
canon del paraíso al que
se accede.
Abro después los ojos.
Puedo verte
relajada y feliz, que el
amor puede
trocar la muerte en vida,
de repente.
Podeis ir al encuentro de más pecadores en el blog de nuestra amiga Charo