Nuestra amiga Inma nos invita a escribir a través de los ojos de algún animal de los que conviven con nosotros. Ponernos en su piel. Yo hoy, para la ocasión, quiero reeditar una entrada que publiqué en 2011. Su protagonista, Linda, ya no está entre nosotros. Está en el cielo de los perros, si es que existe tal lugar, y desde allí estoy seguro que nos sigue mirando con el cariño y ternura que siempre nos demostró. Esta reedición es un homenaje a su memoria.
Toñi siempre fue una persona miedosa. Miedo a la noche, a la soledad, a los animales. La simple presencia de una polilla revoloteando cerca de la luz, en casa, la asustaba e inquietaba.
La vida, mostrándole su peor cara, se encargó de disipar esos miedos. A partir de un determinado momento, todos los miedos que la acompañaron durante toda su vida, desaparecieron de golpe. Nada peor podría pasar. ¿Qué temer entonces?.
Linda llegó a nuestras vidas acompañando a sus dueños Curro y Luci, dos seres excepcionales que nos han mostrado hasta la saciedad que la amistad resalta su mejor cara en los momentos en que es más necesaria. Linda es la responsable de que Toñi perdiera también el miedo a los animales.
Linda es una preciosa perra bretona. Es bella y esbelta. De cara afilada y cejas rubias, su pelo, largo y sedoso, con grandes manchas color canela, invita a acariciarlo una y otra vez. Sus ojos son brillantes como dos piedras preciosas. Su penetrante mirada te atraviesa el alma como un afilado estilete.
Es sensible y tiene una habilidad especial para reconocer en el semblante de aquel a quien observa, su estado de ánimo. Es capaz de compartir contigo momentos de gozo, de alegrar con su sola presencia, aquellos instantes en que necesitas un apoyo que te levante la moral.
En cierta ocasión pasábamos un día de campo. Curro y yo buscábamos espárragos. Luci y Toñi, junto al coche, conversaban. Linda correteaba bastante alejada de ellas. El curso de la conversación hizo que el semblante de Toñi se entristeciera al tiempo que sus ojos se humedecían por lágrimas difícilmente contenidas. Pienso que fue el instinto el que hizo que Linda volviera rápidamente a ellas, pienso que fue el sentimiento que albergan todos los seres vivos, el que hizo que frotara a Toñi con suavidad mientras la miraba con unos ojos que reflejaban mejor que cualquier palabra, su intención de compartir, de aliviar, de mitigar la tristeza que su amiga, mi mujer, sentía en esos momentos.
Desde entonces siento por ella verdadera debilidad. Siempre me llena la tapicería del coche con sus pelos, pero no me importa. Cuando nos reunimos en torno a la mesa, sustituyo a hurtadillas su fiambre de pavo por lonchas de jamón serrano o trozos de queso. Mientras paseamos, agradezco a sus dueños que me dejen llevarla. Suelo comprarle con frecuencia pequeños detalles para perros que encuentro en grandes almacenes. No es nuestra mascota, pero Linda, nuestra querida amiga, se ha ganado un sitio de honor en el capítulo de nuestros afectos.
Como dije al principio, Linda ya no está entre nosotros, pero sigue reinando en nuestros corazones, pues ahí siempre ocupará un lugar de privilegio, ese que supo ganarse con su comportamiento casi humano.
Más miradas a través de los ojos de nuestros amigos los animales, en el blog de nuestra amiga
Inma