Tic tac, tic tac, tic tac. Las horas pasan con exasperante parsimonia mientras la noche más oscura se apodera de mi mente. Mis esfuerzos por descansar cuerpo y mente son inútiles. Mil y un pensamiento de muy distinta naturaleza acuden en tropel, sin orden ni concierto haciéndome imposible conciliar un sueño que cada vez se me antoja más necesario.
A veces, para serenar el ánimo, me ha servido como terapia la escritura. A ella acudo de nuevo con la intención de refugiarme en su efecto benefactor. Todo inútil. Mi cerebro no es capaz de hilvanar con coherencia y sentido el más simple pensamiento.
Me preocupa sobremanera ese cansancio mental, esa incapacidad de actuar, esa malsana actividad cerebral que se recrea en pensamientos inútiles, en divagaciones sin sentido, en un frenesí improductivo y estéril que sólo trae de su mano un cansancio mental infinito.
Cansancio que me conduce a una inactividad no deseada en la que, paradógicamente me complazco.
Duerme la cámara fotográfica que tantos buenos momentos me ha deparado, duerme la actividad literaria que me hermana con buenos amigos que comparten conmigo la afición por la escritura, duerme la música que tantas y variadas emociones me produce, enterrada por la basura televisiva que, aún sabiendo que lo es, me sirve como refugio y evasion.
Soy consciente de que mi actividad cerebral para por una etapa de cansancio, de agotamiento, complaciéndome en la vía fácil del mínimo esfuerzo y, aunque quiero rebelarme contra esa situación, no me encuentro, al menos de momento, con fuerzas para sobreponerme a la misma.
Más elucubraciones sobre el cansancio mental las podeis encontrar
en este mismo blog.