El bosque languidecía. La prolongada sequía
agrietaba la tierra, resecaba un espacio siempre húmedo, teñía de ocre los
verdes más intensos, dejaba paso a los
rayos de un inclemente sol incapaz antes de traspasar una frondosidad
impenetrable.
La multitud de animales que en el encontraban
cobijo y alimento, seguían su misma suerte. La escasez de nutrientes estaba
diezmando de forma alarmante su población.
Fue en ese ecosistema antaño amable y ahora
inhóspito, donde unos y otros, animales y plantas, tuvieron que evolucionar
aceleradamente en la búsqueda de soluciones que garantizaran su supervivencia.
Los árboles y plantas profundizaron sus raíces
a la búsqueda de la necesaria humedad que no encontraban. Ante lo infructuoso
de ese esfuerzo, aprendieron a transformar los cadáveres animales en fuente de
humedad y energía. Después evolucionaron hacia formas vegetales que les
permitían mediante engaño atraparlos, disolverlos y digerirlos.
Los animales, por su parte, evolucionaron
hacia formas de canibalismo. Los que antaño encontraban en el bosque y sus productos
vegetales todo lo necesario para su supervivencia, transformaron sus hábitos
alimentarios buscando en sus iguales lo que la naturaleza les negaba.
Paradójicamente, esa encarnizaba lucha por la
supervivencia detuvo el deterioro medioambiental, restableció un equilibrio frágil
y quebradizo, garantizó la continuidad de un ecosistema boscoso, aunque eso sí,
algo distinto del original.
Las lluvias volvieron, pero esos nuevos hábitos
de aprovisionamiento ya forman parte de su carga genética. La misteriosa desaparición de algunas personas
en su interior, hace sospechar que el bosque se ha convertido en un lugar nada
recomendable para la raza humana.
Más historias ambientadas en los bosques en el blog de nuestra amiga Judith