La frase “el pensamiento único”,
en sí misma, esconde una contradicción más que evidente. El
pensamiento es, o debe ser, multidimensional. Si nos negamos la
posibilidad de dudar, de cambiar de opinión, si no hacemos nuestro
aquel “sólo sé que no sé nada”, del filósofo, si no somos
capaces de desprendernos de las orejeras que encaminan nuestro
pensamiento en una sola dirección, nos estaremos haciendo un flaco
favor. Sinceramente, pienso que a la idea del pensamiento único,
deberíamos anteponer el pensamiento crítico, crítico, incluso con
nuestras propias convicciones. Si esto no sucede, estaremos limitando
considerablemente aquello que nos hace libres y distintos.
El pensamiento único se retroalimenta.
Da igual la complejidad del mismo, es excluyente, autosuficiente. En
sí mismo constituye un universo cerrado y los postulados en los que
se sustenta ese sistema cerrado de pensamiento, son inamovibles
dogmas de fé.
Es precisamente esa cerrazón, esa
negación de cualquier otra posibilidad contraria a sus postulados lo
que lo convierte en peligroso aniquilador de voluntades. Sólo mis
postulados, sirven, sólo mis ideas son buenas, sólo ellas son
capaces de obtener logros. Fuera de este universo cerrado de
pensamiento, la nada, la negatividad, la incapacidad total, el
manifiesto error. El pensamiento único necesita como nutriente y
basamento de su arquitectura, la descalificación sistemática de
todo aquello que se contraponga al universo de sus ideas.
Con el pensamiento único, tal como yo
lo entiendo, estamos dificultando la convivencia, el acercamiento, el
abierto debate de las ideas, la búsqueda de lugares comunes de
entendimiento.
Volviendo al inicio de esta reflexión,
el pensamiento ha de estar desprovisto de unicidad, y encaminarse a
aquello que tan magistralmente reflejó Antonio Machado: ¿Tu
verdad?... ¡No!, LA VERDAD. Vamos juntos a buscarla, la tuya....
guárdatela.
Más y mejores historias sobre el pensamiento único las podeis encontrar en el blog de nuestra amiga
INMA