Tras una vida agitada de viajero empedernido, finalmente he sucumbido al cansancio y a la necesidad de relajarme y descansar. Hace apenas diez días que soy propietario de esta hermosa mansión A tan sólo veinte kilómetros de la ciudad, al borde de un pequeño lago, solitaria a pesar de su cercanía a la civilización, rodeada de bosques milenarios. Siempre fue mi sueño tener un sitio así. En este momento, mientras me dirijo al encuentro con mi destino, atenazado por la angustia y el miedo, la maldigo.
Adquirirla me pareció una magnífica oportunidad. Fruto de una herencia, sus propietarios querían desprenderse de ella a cualquier precio y llegamos rápidamente a un acuerdo que consideré muy ventajoso para mí.
Me contaron su historia. El anterior propietario, familiar suyo, apareció ahorcado en un árbol cercano. Según dicen, no pudo aguantar la infidelidad de su mujer que huyó con el guarda forestal del parque natural donde se hallaba.
Eso es lo que dicen. Ahora sé la verdad. Temo que la he descubierto demasiado tarde. Estas noches anteriores un fortísimo viento, ululando lamentos de muerte, me alertó de que algo no era normal. En el exterior reinaba la calma excepto en ese árbol, el del ahorcado, que pareciera querer estallar en mil pedazos.
Eso y un rastro de humedad, de pies mojados procedentes del lago y paredes chorreando en el salón principal, como si las aguas del lago y algún extraño ser que en él morara, quisieran adueñarse de parte de la casa. Procedentes de un rincón, huellas de pies, mezcla de sangre y cal, se entrelazan con las de los pies mojados en una siniestra danza. Luego se dirigen hacia el árbol y una vez allí, todo se difumina, las huellas desaparecen, las paredes se secan y vuelve a reinar la calma.
Hoy hay algo distinto en esta dantesca escenografía. La emergente humedad me ha llevado a explorar el origen de esas humedades. He hecho caer un trozo de pared, justo en ese rincón, y horrorizado he dejado al descubierto el cadáver de lo que supongo el guarda forestal emparedado. La humedad ha tomado después forma de mujer. Una fuerza irresistible me conduce, escoltado por los amantes, emparedado uno y ahogada la otra, hacia el mismo árbol donde hicieron pagar su horrendo crimen al marido engañado, llevándolo a la locura que lo impulsó a quitarse la vida.
No soy culpable de nada, tan sólo, por lo que entiendo, de haber perturbado con mi presencia el sueño eterno de los amantes, pero me encamino hipnotizado al encuentro de la muerte que ya espera con la soga preparada, a otra víctima propiciatoria de la cólera y la sed irracional de venganza de los asesinados.
Más retos exploratorios en el blog de nuestro compañero MARCOS