El sistemático incumplimiento
de las normas, lleva irremediablemente al caos. Las normas deben existir y a
ellas debemos acoplar nuestro proceder, ellas han de regir nuestro
comportamiento. Las normas facilitan la convivencia y nuestro desarrollo
armónico. Sin embargo, para que los componentes de una sociedad cualquiera
aprecien la conveniencia de las normas, estas han de ser las adecuadas para
cumplir con esa función vertebradora que se les supone.
Cuando las normas o su
malintencionada interpretación y cumplimiento no son adecuadas porque favorecen tremendos desequilibrios
y desajustes, cuando el edificio que sobre ellas construimos como sociedad carece
de la necesaria solidez y acaba desmoronándose sepultando bajo sus escombros a
los más débiles y desamparados, cuando no obligan a todos por igual, cuando
parecen estar encaminadas a primar los intereses particulares de unos pocos en
detrimento de los colectivos, se hace necesario como primera medida, saltarse
las normas, incumplirlas, desobedecerlas en todo aquello que las hace perversas,
plantar cara a la debacle que el sometimiento a las mismas origina y al mismo
tiempo presionar para que sean sustituidas, reinventarlas por otras que estén en
comunión y consonancia con lo que la sociedad en su conjunto espera de ellas y
de aquellos que han recibido el encargo de elaborarlas lo más justas posible primero y de velar por su
cumplimiento después.
Hay más que abogan por saltarse las normas en la casa de nuestro amigo Gus