Córdoba es apodada, creo que con toda propiedad, con el sobrenombre de “La Llana”. Asentada en el valle del Guadalquivir, tan sólo por el Norte sus viviendas se encaraman en las estribaciones de la cadena montañosa de Sierra Morena.
Es en el límite de esta planicie, a tan sólo quince minutos del centro urbano, allí donde Córdoba abandona la Sierra para desparramarse por el llano, donde mi calle se encuentra.
Es una calle amplia. Una avenida con un espacio ajardinado central, con zona de juegos para niños, una pérgola semicircular en un extremo y fuentes en el otro, circundado por un carril bici y acerado. A ambos lados de este espacio central, amplias aceras y calzadas de doble carril con un sentido de circulación en cada uno de los laterales.
Llevo viviendo en ella casi 31 años, la misma edad que tiene mi hijo Alvaro. Hubo una circunstancia que influyó de forma determinante en nosotros para trasladarnos a ella. El único colegio público que se ubica en plena Sierra de Córdoba, está en su zona de influencia y era una oportunidad única para que nuestros hijos se educaran en contacto directísimo con la Naturaleza.
No siempre presentó el hermoso aspecto que en las fotografías se aprecia. Ese espacio central ajardinado, estaba ocupado, a modo de horrible cicatriz, por una vía de ferrocarril de uso exclusivamente militar que comunicaba los campamentos militares con la estación de Córdoba. En todo el tiempo que estuvimos soportándola, apenas vimos trenes circulando por ella.
En la pequeña historia de mi calle, tiene un hueco la lucha vecinal para que una vez decidida la desaparición de las vías, fuera una zona ajardinada continua, sin roturas transversales para las calles perpendiculares a ella.
Capítulo aparte merece el de las inundaciones. En su condición de calle situada en la falda de la Sierra, era obligada receptora del agua de lluvia que un alcantarillado deficiente no era capaz de evacuar, llenando sótanos y cocheras con el consiguiente perjuicio para los sufridos vecinos.
A tan sólo un paso de cebra, el segundo parque urbano en extensión de Andalucía con 27 Hectáreas. El Parque de la Asomadilla, situado en el cerro del mismo nombre. Lugar donde diariamente mis pies recorren andando un mínimo de diez kilómetros de subidas y bajadas a un ritmo que de forma literal, machaca mi resistencia mientras intento en vano mantener el peso y la forma.
Sólo me resta comentar que vivo muy a gusto en ella. La calle que elegí para vivir, ha sido escenario diario donde mis hijos han jugado, han crecido, se han educado y donde mi vida ha transcurrido, como la de cualquier persona, con momentos felices y otros no tanto, con luces y con sombras.
Más historias callejeras en el blog de nuestro amigo GUSTAVO
Al otro lado del Océano, podemos transitar por sus calles en el blog de Any
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