¿Somos solidarios los
humanos?. Algunos comportamientos colectivos ante grandes desgracias,
o ante reclamos para mitigar situaciones de pobreza extrema, pueden
llevarnos a pensar que sí, que lo somos. La respuesta es inmediata,
generosa y altruista. Las sociedades se organizan rápidamente para
llevar recursos asistenciales de todo tipo allí donde son
necesarios. Una especie de adrenalina sacude las entrañas de las
sociedades y despierta nuestra solidaridad, normalmente anestesiada.
El drama, el auténtico
drama, es que esas manifestaciones solidarias son fuegos fatuos.
Aparecen, brillan esplendorosamente durante breves instantes y se
diluyen con la misma rapidez con la que emergen, a pesar de que los
devastadores efectos de las circunstancias que despiertan la
conciencia solidaria, tardan años, generaciones enteras en
desaparecer, cuando lo hacen.
Nuestra solidaridad
individual y colectiva se mueve a impulsos. Necesita ser estimulada y
la respuesta ante el estímulo siempre es escasa.
Tal vez esa insuficiente
solidaridad tenga su explicación en eso que se ha venido en llamar
la fatiga del donante. Son tantas las llagas abiertas en la
humanidad, tantas heridas, tanta la necesidad de auxilio, que la
voluntariosa actitud de los individuos acaba cansándose ante la
impotencia de saber que nunca podrá dar la suficiente cobertura.
Son los gobiernos y sus
políticas los que han de dar la respuesta adecuada a este cúmulo de
necesidades y ahí es donde nuestra responsabilidad individual peca
de insolidaria, ya que ponemos al frente de los ejecutivos, con
nuestro voto, a las mismas personas que con sus políticas favorecen
la desigualdad social, gobernando a favor de intereses bastardos que,
si por algo se distinguen, es precisamente por la ambición y la
falta de solidaridad.
Este poema lo escribí
cuando se produjo el último terremoto en Haití que tanto dolor
trajo consigo, pero es aplicable a Nepal y a muchos otros lugares y
situaciones donde la solidaridad humana llega como un relámpago y se
desvanece con la misma velocidad.
FENOMENO NATURAL
Se estremeció
la tierra y derrumbó el mecano,
aplastando
en su caida a los de siempre.
A los que nunca
ganan, a los que todo pierden,
a los pobres
más pobres de los seres humanos.
La
tierra tembló, y abrió la eterna herida
de
antiguas cicatrices mal cerradas,
cobrándose
tributo de sangre derramada
de los parias de
siempre, de sus vidas.
Tembló la
tierra, y su temblor sangriento,
provocó tal
alarido, que los oidos sordos se entreabrieron
ante
tanto dolor, tanto tormento,
y fue a prestar
su ayuda el mundo entero.
Apenas pasó el
tiempo, los ecos del temblor, difuminados.
Otras
noticias ocupan ahora la portada.
Del alarido
y del lamento, apenas un murmullo, casi nada.
Gracias
a la escasísima ayuda, el corazón del
mundo sosegado.
Más de cien mil muertos,
centenares de miles los heridos,
Su infancia
abandonada, huérfana, perdida.
Su país
devastado, hundido, masacrado,
Y la herida de
nuevo, sangrando como siempre, mal cerrada.
Pepe.
Reclamo vuestra
solidaridad por haberme pasado ligeramente de las 350 palabras.
Pienso que está justificado.
Podeis encontrar más historias solidarias en el blog de nuestra amiga
Carmen