¿Nacemos ya con miedos
adquiridos?. ¿Forman parte algunos de nuestros miedos de la
filogénesis de la especie humana?. Tal vez sí, tal vez algunos
miedos tengan un fuerte componente de herencia genética. Tener
miedo, podemos pensar que es consustancial al ser humano, un
sentimiento al que no podemos sustraernos. Lo que sí resulta
evitable es permanecer en él. Vencer los miedos, aprender a
controlarlos, dominarlos, superarlos es una tarea más y no
precisamente baladí de nuestro crecimiento personal.
Los niños son
especialmente vulnerables al miedo. Resulta muy fácil sembrar toda
clase de miedos en su tierna personalidad. A veces, la inconsciencia
de los adultos, sembrando el miedo en los niños, provoca daños que
a menudo permanecen para siempre en el ánimo de estos.
Recuerdo algunas
historias de mi infancia con las que mis mayores pretendían obtener
de mí, obediencia, respeto, acatamiento de normas, docilidad. A su
manera, con la mejor de las intenciones, en definitiva, su sana
intención era educarme. Nunca lo he puesto en duda, aunque aún me
asombra que esos métodos no dejarán cicatrices en mi alma.
“Duermete niño que
viene el coco y se lleva a los niños que duermen poco”. ¿Quién
era capaz de dormirse rápidamente con esa espada de Damocles sobre
la cabeza?. Yo no, desde luego. Un ojo abierto y otro cerrado
temiendo que en cualquier momento apareciera con aviesas intenciones
el temido coco.
Y qué decir del “hombre
del saco”, ese pérfido ser mitológico, coleccionista de niños
que cometían la infantil torpeza de alejarse aunque fuera
mínimamente del ámbito protector de sus padres. Recuerdo, incluso
ya algo mayor, como me cruzaba de acera cuando veía venir algún
hombre algo peor encarado de lo que yo en mis cortas luces
consideraba adecuado.
O el clásico pórtate
bien, que ese señor es guardia municipal o policía, y puede
encerrarte para siempre.
Y aquello de que la letra
con sangre entra. ¡Como no temer la reacción de unos profesores
amantes de la regla como instrumento con el cual enrojecer las
inocentes manos infantiles que tenían la desgracia de provocar sus
ansias educadoras a base de palmetazos.
Lo curioso es que ellos
estaban convencidos de la eficacia de sus métodos. A su manera, eran
excelentes personas y educadores. Tengo grabado en mi alma como D.
German, uno de mis profesores, me prestó su chaqueta y me puso al
sol junto a la ventana del aula confundiendo con frío lo que era
pavor a los reglazos que me estaba proporcionando por no saber la
respuesta a una pregunta. Aclaro que, además, era su alumno
predilecto.
Por mor de la necesaria
brevedad, me dejo muchas otras anécdotas de cómo la mayoría de los
miedos infantiles son inculcados, producto de un aprendizaje negativo
y de unos parámetros represores de las potencialidades infantiles.
Más terrores infantiles
los podeis encontrar en casa de nuestra amiga Charo