Se levantó más temprano
que de costumbre. Era su sesenta y cinco cumpleaños. Necesitaba
saborear ese día, su último día, desde bien temprano. Se recreó
en el acicalamiento personal, eligió sus mejores prendas de vestir
y se dispuso a acudir a la cita con el trabajo por última vez.
Había vivido en muchas
ocasiones el momento de despedir a otros compañeros en su jubilación
y sabía lo que se avecinaba. El había participado gustosamente en
la ceremonia de la confusión, en el disimulo general, en ignorar
aparentemente que un compañero se jubilaba para sorprenderlo
finalmente con una comida homenaje, regalos y el reconocimiento, más
que merecido, a toda una vida al servicio de la empresa.
Avanzaba la mañana y el
teatro de la aparente indiferencia desarrollaba su función de una
forma impecable. Todos en sus tareas, la vista en las pantallas, un
día más, tedioso, rutinario, productivo. ¿Cuando se produciría el
momento de parar, de convertirlo a él en protagonista, de agasajarlo
como creía merecer?. Disimulaban bien, de eso no cabía la menor
duda.
La impaciencia ya hacía
rato que lo había convertido en un manojo de nervios en plena
ebullición. La manecilla de las tres, esa que iba a separar su vida
en un antes y un después, la que le otorgaba para siempre un gozoso
descanso, estaba próxima aunque el reloj avanzaba más lentamente
que nunca.
Llegó finalmente el
momento y nadie dijo nada, fueron desfilando hacia la calle,
apresuradamente como cada día y se quedó sólo. Aún esperaba la
sorpresa final, seguramente estarían fuera, en la calle, esperando
su salida. Se equivocaba una vez más. Fuera, esperándolo, tan sólo
la decepción, la frialdad más absoluta, el desencanto y la
sensación de que la crisis, la dichosa crisis, no solamente se había
llevado por delante empleos y derechos, sino que había traido con
ella la deshumanización, devastando valores como afecto, solidaridad
y compañerismo.
Más historias de cumpleaños y, por supuesto, más festivas, podeis encontrar en el blog de nuestro querido amigo Alfredo
Aprovecho la ocasión para rendir un sincero homenaje a nuestro anfitrión en el séptimo cumpleaños de su blog La Plaza del Diamante. Con el deseo de que su aventura bloguera, al igual que nuestra amistad, dure siempre.
¡Qué triste! por si lo estuviera poco....
ResponderEliminarUn abrazo Pepe.
ah!... qué historia más triste!.. imagino la desilusión del protagonista. Es que la nueva forma de vivir le da prioridad a las urgencias individuales que al fortalecimiento de las relaciones personales. Los vínculos sociales tienden a ser meras formalidades que no se asientan en el sentimiento o la cordialidad sino en la frialdad y la rutina. Muy triste.
ResponderEliminarUn abrazo
Pobre, vaya decepción. Me parece muy mal, una cosa es la crisis y otra, no ser humano.
ResponderEliminarMuy triste.
Un abrazo
Nos están enseñando a perder el respeto por el trabajo bien hecho. La solidaridad, es una palabra que parece que solo tiene valor en las orlas y los escudos y raramente suele darse en la normal relación de los hombres.
ResponderEliminarCada uno a lo suyo, es el lema de la época que nos está tocando vivir.
De pena.
Un abrazo.
Es inreible lo que hace en nuestro interior la crisis, un excelente relato
ResponderEliminarAbrazos
Desoladora historia. No se si la crisis, pero la deshumanización trepa como una planta invasora alli donde antes había sentimientos.
ResponderEliminarUn abrazo
Ay qué relato más triste! Imagino la decepción del pobre hombre por la indiferencia de sus compañeros. Después de haber dedicado toda su vida a un trabajo lo menos que se espera es el reconocimiento y el cariño de sus compañeros.
ResponderEliminarUn beso
Ese cumpleaños evidentemente no lo fue, pero lo que si es un festival es tu sensibilidad para relatar, para meternos en emociones y sentir en primera persona el devenir de la historia.
ResponderEliminarGracias por venir a la fiesta de tu amigo... y besos a mi amiga
Pepe, muy triste esta despedida. Al final cada uno se deja llevar por su propio egoismo, parece que ya no queda tiempo para la amistad y el compañerismo de tantos años.
ResponderEliminarQue disfrute su jubilación y a vivir.
Un abrazo
Un relato desolador. La solidaridad es un valor de gran trascendencia para el género humano. La indiferencia, y el egoísmo hacia tu personaje fue cruel. =(
ResponderEliminarUn beso
Entiendo la tristeza y la decepción... pero más triste aún, es que la solidaridad, el compañerismo, el reconocimiento y aún el afecto, se pierdan a tal punto. No deberían las crisis profundizar esta falta de interés del uno hacia el otro, sino por el contrario unir, aunar fuerzas y llenar esos huecos con comprensión y apoyo .. pero a veces somos tan impredecibles los humanos...
ResponderEliminarTu relato pone en primera plana una realidad que apena mucho, :(
Besos Pepe! Y sigamos celebrando y sumando desde este lado elegido por nosotros, desde las letras y las ganas de compartir!
Gaby*
Buenas tardes Pepe, Vaya frialdad la de los compañeros de ese hombre y su despedida. Lo has contado con tanto lujo de detallles y con tanta sensibilidad. quemientra lsia me iba entristeciendo por momentos. Es un gusto leerte.
ResponderEliminarUn abarazo muy fuerte.
Realmente Pepe nos has introducido en tu historia, personalmente he sido partícipe de ese día y de ese sentir. Desolador eso se me ocurre, Tras una vida compartiendo cada hora codo con codo, al final no queda nada. Muy triste.
ResponderEliminarUn abrazo grandote x dos.
Uuufff!!!
ResponderEliminarun difícil momento para quien lo dio todo por sus amigos y compañeros de trabajo, en donde supuestamente se entrelazan y se comparten emociones y experiencias vividas, más allá de lo laboral
Sabor amargo el de esta historia. Muy amargo. Creo que no hay que decir más, esa deshumanización ha hecho que más que agradecer a una persona haber dedicado su vida a una empresa, pareciera que la empresa reclamara a la persona que haya vivido a costa de ella.
ResponderEliminarSi los compañeros actúan así, esta sociedad no merece la pena.
Abrazos, amigo.